Entre 2013 y 2018 la cantidad de dinero que se ha jugado al azar ha pasado de 5.600 millones a 17.300. Un incremento del 210 por ciento ¡en tan sólo seis años!
Juego sucioLa condición de persona socialmente vulnerable es conocida. Abarca a aquellos que están más expuestos: tienen dificultades para encontrar empleo. En el caso de que trabajen, pueden ser despedidos fácilmente o están afectados por la llamada pobreza laboral. En estos casos, la mayoría son jóvenes. Pero también son vulnerables los que no pueden hacer frente a todas sus necesidades para vivir dignamente. Es lo que se encuadra en la llamada carencia de vida material. El bajo nivel de formación es igualmente un rasgo de vulnerabilidad: sólo podrá acceder a los empleos menos cualificados y peor remunerados, pero además tendrá menos armas para defenderse de los abusos o trampas mediáticas que se encuentre en su camino.
Las personas en esta situación constituyen el mejor nicho de mercado para el negocio del juego, y especialmente de las apuestas. Su actividad se ha disparado de forma espectacular en los últimos años. Supone ya una amenaza social. El peligro no es igual para todos. Acecha sobre todo a los más vulnerables. Un estudio de la Dirección General de Ordenación del Juego, realizado en 2015, indica que sufren mayor riesgo los jugadores que están en paro: “cuanto mayor es la gravedad de la patología (relacionada con el juego) mayor es el porcentaje de personas desempleadas”. A su vez, entre los que tienen ingresos bajos, el riesgo, los problemas o las patologías son mayores que entre los que disponen de ingresos altos. El 60 por ciento de los jugadores online son jóvenes de entre 18 y 35 años.