Mis peques están acostumbrados a ir a la biblioteca del colegio. Se quejan mucho por ser pequeña, por que los libros no están cuidados, son pocos y somos nosotros los que los donamos. Ademas no les deja entrar en ella durante el recreo y más de uno quiere leer a la sombra y no tener que estar en el patio donde hay más jaleo, calor y broncas.
Entiendo que se puedan sentir más seguros cuando hay niños que tienen problemas y se las lía a otros y si los ven leer, se convierten en objetivo claro. Si lees eres débil.
También están acostumbrados a el bibliobus, un autobus de 60 plazas convertido en biblioteca andante... Bueno con ruedas. Cada día va aa un colegio y está unas horas para préstamo de libros. Es escaso y hay colas pero lo peor es que no siempre viene.
Me han pedido mas de una vez ir a alguna biblioteca y ayer les dije que les llevaría a una. Y no os podéis hacer una idea la emoción que pusieron, tanto que se acostaron pronto para levantarse y tras desayunar ir lo antes posible.
Se que les gusta pero estaba fuera de juego, pensaba que me estaban vacilando. Los he llevado a la biblioteca provincial y es un edificio normal de varias plantas y lleno de salas. Las caras eran para verlas. Buscaron un libro y se sentaron.
Sin que se dieran cuenta les hice una foto y al observar detenidamente la foto me di cuenta la cara de felicidad era inmensa. No les avisé, no les dije que estaba haciendo la foto. Flipé, sí, flipé con ellos.
El pequeño estaba nervioso por ver tantos libros en tantas salas. La grande se quería llevar los 8 libros que me puedo llevar cada 15 días.
Me ha hecho pensar y recordar que cuando tenía su edad me escapaba, al salir del cole, por la tarde, a la biblioteca y me bebía los libros y comics. Eso era en la biblioteca municipal de mi pueblo. No me acordaba de la sensación, sí del recuerdo, pero el sentimiento de alucinar lo he sentido al verlos a ellos.
Quería compartir algo que me ha dejado fuera de juego. Lo mismo no está todo perdido.