Después de una novela emblemática y un puñado de cuentos memorables, Salinger dejó de publicar. Más allá de las suposiciones biográficas, este ensayo indaga en las razones literarias de ese silencio.
Quizá habría que proceder como el propio Jerome David Salinger (1919-2010), quien nació un primero de enero hace un siglo, cuando ordenó que las cuartas de forros de sus libros careciesen de información alguna proporcionada por el editor y callar para leerlo o releerlo, porque El guardián en el centeno (1951) es una de las novelas más hermosas entre las escritas en el siglo pasado y, al significarlo casi todo, permite prescindir de todo comentario.Durante años me interesó más la leyenda de Salinger que sus libros, pues el llamado –por Étiemble o por Gracq– “escándalo Rimbaud” es un buen tema. ¿Por qué la modernidad y sus postergaciones se asombran ante el silencio súbito o soterrado de autores como el propio Rimbaud o Rulfo cuando antes del romanticismo simplemente se abandonaban los oficios artísticos por razones venales? No habiendo ocurrido la muerte retórica del autor con la cual jugueteó Barthes, la desaparición del artista de la escena en una época hipermediática nos sigue pareciendo una envidiable provocación. No soportamos que el Genio nos dé la espalda