Reportaje galardonado con una mención especial del jurado en la categoría mejor historia o investigación periodística de los premios Ortega y Gasset
Caen las murallas y los techos dejando ver pueblos enteros desnudos en diversas actitudes, las más de las veces implorando misericordia. Asoman brazos y piernas entre escombros. Hubo también un derrumbe en el cielo.Vicente HuidobroLa niña Lisnavy discutía con el señor del helado en la calle ruidosa del parque del barrio. Su frozen chorreaba y quería que se lo cambiaran. Es difícil que alguien pueda tomarse en La Habana un helado con consistencia, pero a los 11 años uno todavía lo cree posible.Su madre, sentada al otro extremo del parque, cerca de las dos casetas de correo ubicadas en la esquina de Vives y Águila, “acababa de darle un menudo para que fuera a comprar platanitos y tomates para la comida”, dice a duras penas la abuela Margarita Rodríguez, quien también merodeaba por la cuadra en ese momento.Lisnavy no llegó a comprar nada. Sus amigas de aula, Rocío y María Karla, la llamaron antes desde la acera del frente, quién sabe para qué. Eran casi las cinco de la tarde cuando el balcón sin apuntalar de la casa 102, esquina Vives y Revillagigedo, se vino abajo. El barrio pobre de Jesús María –la desoladora postal de guerra de un conflicto bélico que nunca sucedió– enfrenta el mayor déficit habitacional y deterioro de viviendas del municipio de La Habana Vieja. Este, a su vez, es uno de los municipios más densamente poblados de la ciudad.
Caen las murallas y los techos dejando ver pueblos enteros desnudos en diversas actitudes, las más de las veces implorando misericordia. Asoman brazos y piernas entre escombros. Hubo también un derrumbe en el cielo.Vicente Huidobro