La psiquiatría nació como un gesto liberador, pero a lo largo de su historia se ha visto distorsionada por diferentes prácticas y tentativas de poder. La antipsiquiatría, por tanto, no pretende destruirla sino recuperarla como defensa de las libertades y los derechos de los pacientes.
La psiquiatría es una especialidad sanitaria incluida con calzador en los estudios de medicina, en tanto que el psiquiatra es un médico profesionalmente acomplejado que, para ocupar su puesto, tiene que demostrar un empirismo exacerbado que en el fondo desprecia y le irrita. Preso entre el materialismo cerebral, que le conduce a la neurología, y el subjetivismo potencial, que le asimila al psicólogo, no sabe a qué carta quedarse y nunca encuentra acomodo. Si trabaja en la comunidad teme ser absorbido por los servicios sociales y acabar haciendo más apoyo y acompañamiento que medicina, y si arrima el hombro en equipo teme perder personalidad y jerarquía.Dedicarse a la psiquiatría supone asumir cierta dosis de mala conciencia. Todos, más o menos pronto, acabamos haciendo alguna intervención que nos repugna, y que hay que aprender a encajar y reconocer, mejor que ocultar, disfrazar o justificar precipitadamente. No nos gusta entender que, amén de curar enfermedades mentales o, mejor dicho, cuidar del sufrimiento psíquico de algunas personas, sin necesidad de hacer valoraciones nosológicas, somos también agentes del orden social. Y así nos utiliza el Estado. Y conviene aceptarlo y saberlo, pues solo de ese modo podemos neutralizar o al menos sopesar los posibles excesos del requerimiento social. No hay que dar por supuesto que nuestra intervención es correcta, aunque sea a todas luces desproporcionada, bajo la excusa del mandato recibido. Incluso puede suceder que, si no andas con cuidado, acabas haciendo más trastadas de las necesarias. No es infrecuente que el psiquiatra le coja gusto al gatillo y se vuelva más papista que el papa, es decir, más cruel y restrictivo de lo que se le solicita o se precisa.
Los delirios, creencias, voces, pensamientos obsesivos, ideaciones suicidas, etc. son formas humanas de expresar el sufrimiento psíquico extremo. Desde la psiquiatría biologicista son síntomas ocasionados por un “fallo químico cerebral”. Además de que esto aún no se ha demostrado científicamente, a pesar de que se han puesto millones y millones en el empeño, cierto es que estos llamados “síntomas” se manifiestan en el sujeto como experiencias subjetivas, con características propias diferentes para cada persona. Ligadas a su historia y circunstancias.Cuando las experiencias psíquicas inusuales desbordan al individuo se producen las temidas crisis que consisten básicamente en dejar de poder manejar el sufrimiento, sentirse inundadx por él, perder el control, perder la razón, la llamada cordura, romper con la realidad consensuada, enloquecer. No hay cosa que asuste tanto en nuestras sociedades como la locura, exceptuando la muerte. Estas crisis se producen en momentos concretos, cuando terminan la persona puede volver a hacer su vida, conviviendo con sus experiencias y seguramente tenga que plantearse hacer cambios, como cualquier persona después de una crisis.Pero el “estigma” hacia las personas con sufrimiento psíquico extremo viene en gran medida porque la noción de “enfermedad mental” viene adosada a la idea de peligrosidad, como una especie de virus incontrolable por el sujeto e independiente de las circunstancias que lo rodean y de sus propias capacidades. Es decir cuando se piensa en términos de “enfermedad” las crisis pueden aparecer en cualquier momento y sin razón aparente. En más se piensa en términos de crisis constante.
Cuando no te saludo un día, de repente al cruzarme contigo por la calle. O te saludo pero estoy tan seria, taciturna, apenas puedo esbozar una sonrisa. El dolor psíquico puede llegar a ser tan intenso que en ocasiones me paraliza los músculos faciales. Cuando quedo contigo y no voy porque estoy saturada o estresada quizás, seguramente, quisiera salir y verte y estar alegre y sonriente. Pero es salir a la calle y sentirme confusa. Me siento agredida por los coches, el ruido, el acelere generalizado. Todos los estímulos visuales y auditivos se convierten en emociones intensas y desbordantes.…
Llevar tantos años forzándome a ser “normal” hace que me cueste un mundo comprender, atender y aceptar mis diferencias. Porque el entorno difícilmente lo hace. Las diferencias son percibidas como problemáticas, como rarezas inexplicables, sin sentido, falta de interés, baja inteligencia o pocas capacidades…Y así lo he interiorizado a lo largo de muchos años. Aquí surgen las inevitables preguntas: ¿Qué es normal?; ¿Quién lo decide?; ¿Por qué aceptamos como normales sucesos y situaciones absolutamente degradantes? Mi sistema nervioso es más sensible y se bloquea más rápido. El síndrome de estrés post-traumático es una fuente de dolor psíquico inagotable. Para abordarlo/manejarlo/superarlo se necesita tiempo, escucha y comprensión. Bienes cada vez más escasos en nuestros días de hiperactividad constante.Todas las personas con problemas de salud mental severos han atravesado situaciones traumáticas igualmente “severas”. Pero la psiquiatría transforma los malestares en “enfermedades” y así quedan despojados de relato causal. Ya no hay historia, ni biografía. No hay opresiones. Ni abusos, ni maltrato, ni pobreza, ni violencia estructural, ni machismo, ni precariedad. Hay cerebros que funcionan normalmente y cerebros que se “estropean”. ¡Oh! ¡Mala suerte!