A lo largo de la historia, el arte, la cultura y la educación, nos han aportado herramientas para ayudarnos a pensar el mundo, para transformarlo y mejorarlo, pero también han sido poderosas y peligrosas armas para perpetuar el fanatismo y la intolerancia. El franquismo, el fascismo, el nazismo y el estalinismo, lo tenían claro, por eso utilizaron también el arte y la cultura para imponer su ideología de orden y autoridad. En este sentido, cualquier cambio político de las estructuras de poder puede estar condenado al fracaso si no está acompañado también por una transformación de las sensibilidades culturales que animan el conjunto de la vida. De hecho, aunque casi ningún líder político hable sobre cultura de forma específica, la mayoría la enarbola con orgullo genérico, como seña de identidad y marca nacional. Por ejemplo, cuando Santiago Abascal dice que VOX ha llegado a las instituciones para producir un cambio político, suele añadir cultural y lo hace pensando en que la cultura puede ser una de las mejores armas para terminar con las ideas progresistas que él identifica, sin matices, con doctrinas de izquierdas, en las que incluye, por supuesto, a cualquier ideología que no comparta su ideario totalitario
El experimento de Piteşti se extendió a otras prisiones de Rumanía y estuvo más sumido en el silencio que otros crímenes cometidos en las cárceles porque la censura funcionó de forma drástica y porque las víctimas de la reeducación fueron obligadas a convertirse en verdugos
El libro que tiene en las manos el lector se sitúa en esta última clase de horrores, y en concreto en la Rumanía comunista, no aún la del bien conocido Ceauşescu, de trágico final, que fue secretario general del Partido Comunista Rumano de 1965 a 1989, sino la de su predecesor, Gheorghe Gheorghiu-Dej, secretario general desde 1944 hasta su muerte en 1965, pero bajo el gobierno de Petru Groza, que fue primer ministro de Rumanía de 1945 a 1952. Eran tiempos en los que Stalin imponía su ley en sus zonas de influencias. Groza logró en 1947 aplastar violentamente a la oposición y que el rey Miguel abdicara y se exiliara, instaurando la República Popular de 1948 a 1952 con una constitución similar a la de otros países soviéticos. En 1949 se definió finalmente al régimen como una dictadura del proletariado. Es en ese nuevo “orden” comunista, aún naciente y que llegó a implantarse de manera definitiva en Rumanía con Gheorghiu-Dej, en el que tiene lugar El experimento de Pitesti desde diciembre de 1949 a agosto de 1952.Se trata de un intento de reeducación para la nueva realidad comunista, un proyecto con vistas a la generación del nuevo estilo de humanidad que se precisaba, pero lo que encontramos guarda similitudes con técnicas que los nazis emplearon en sus campos de concentración. Es como si asistiéramos a una variación del mundo de Saló o 120 días de Sodoma de Pasolini, claro que ya no a cargo de agentes fascistas, sino de comunistas con omnímodo poder, intentando anular al otro en su más íntima individualidad personal. Al leerlo no podemos evitar un enorme sentimiento de repudio y la idea de que lo demoníaco que somos y habita en nosotros aparece a veces de manera brutal y asoladora, o sea, la imagen del mal que podemos llegar a hacer, pues es muy posible que muchos de nosotros cayéramos en lógicas parecidas, sobre todo si sufriésemos refinadas manipulaciones y torturas. Por tanto, lo que hay que evitar es la estructura, esa distribución del poder que lo hace posible y permite que impere lo que en la serie de Star wars se ha dado en llamar el lado oscuro de la fuerza.