Cuando Molière estrenó Anfitrión el 13 de enero de 1668, la situación económica de la compañía del autor andaba maltrecha a causa de las trabas sufridas por las tres grandes denuncias de la hipocresía que el dramaturgo había subido a las tablas entre 1664 y 1666: Tartufo, Don Juan o el festín de piedra y El misántropo …
Las piezas habían molestado a personajes y sectores influyentes que maniobraron para impedir su representación y llegaron a calificar al dramaturgo de “demonio vestido de carne y trajeado de hombre”. Tras no pocas batallas contra la prohibición de esos textos y algún fracaso en taquilla de otros títulos, el gran éxito de la nueva comedia fue como agua de mayo para las finanzas molierescas.A partir de una obra que el romano Plauto debió de escribir en torno al año 188 a. C., pescando el diálogo prologal entre Mercurio y la Noche en Luciano de Samosata y probablemente encontrando alguna inspiración en la aproximación al texto plautino que en 1636 había firmado Jean de Rotrou con el título de Les Sosies, sin duda bien conocido por Molière, este urdió con los elementos mitológicos presentes en el argumento una jocosa comedia galante. El francés, siguiendo los raíles del original, modernizó y dinamizó el característico estilo desinhibido e iconoclasta del gran maestro latino del enredo y la comicidad frenética, y, jugando con la mezcla de elementos reales y sobrenaturales, utilizó las maniobras de Júpiter para yacer con la virtuosa y casada Alcmena como falsilla tras la que se transparentaban los devaneos de Luis XIV con una dama de compañía de la reina, madame de Montespan, que no debieron de ser capricho de un día, pues fructificaron en siete hijos, seis de ellos legitimados.