El término ‘mafia’ evoca algo italiano, muy violento, ilegal, aparatoso, perversamente político y morbosamente literario. Hoy, sin haber dejado de ser lo que fue, también es global, europea y europeísta, silente, y altamente competitiva
A Barbara Sargenti y a quienes como ella han sacrificado mucho en esta luchaLa mafia ya no es la que era. Podría ser el título de una película, y de hecho lo es (La mafia non è più quella di una volta, Franco Maresco, 2019). También es una realidad muy subestimada. En España se habla muy poquito de mafia, y cuando lo hacemos, o hablamos de ficción o de noticias espectaculares que percibimos como ajenas: el primer narcosubmarino europeo, los misteriosos fardos de coca purísima que dejaron las mareas en las playas de las Landas, los ajustes de cuentas entre mafias extranjeras en la Costa del Sol, la guerra entre adolescentes camorristas en Nápoles o la reciente megaredada en Italia contra la ‘Ndrangheta. Lo que evoca el término ‘mafia’ es algo mayormente italiano, más en concreto meridional, muy violento, ilegal, aparatoso, perversamente político y morbosamente literario. Ya no es así, o no solo. Hoy esa realidad, sin haber dejado de ser lo que fue, también es global, europea y europeísta, cada vez más septentrional, silente, empresarial, legal, requerida, estabilizadora y altamente competitiva. La mafia, como todo organismo vivo, es un sistema que cambia con la historia. La mafia, en singular o plural, muta. El magistrado italiano Roberto Scarpinato habla de darwinismo mafioso y de, al menos, tres especies de mafia: la primitiva, la mercatista y la masomafia.
A Barbara Sargenti y a quienes como ella han sacrificado mucho en esta lucha