El filósofo marxista Lukács bromeaba diciendo que cuando Nietzsche se pone de moda, algo malo va a pasar. Quizá con más razón podría haberlo dicho de Heidegger, que invalidó gran parte de su obra con su desdichada filiación al partido y la ideología nazi. Y sin embargo, merece la pena aún una relectura: su enorme y profundo conocimiento de la filosofía y la lengua griegas y el hecho de ser el último gran metafísico de nuestro mundo (el último que quiso responder a la pregunta por el Ser) así, tal vez, lo aconseja. Este texto, editado en forma de librito, más lírico que filosófico, es muy bonito.
Martin Heidegger, (1889-1976)
es uno de los pensadores decisivos del siglo xx. Nacido en Messkirch (Baden), abandonó los estudios teológicos para dedicarse a la filosofía, orientando su interés hacia la fenomenología husserliana, la hermenéutica de Dilthey y la filosofía de Aristóteles. Bajo la tutela académica de Husserl, primero fue profesor ayudante en la Universidad de Friburgo (1919-1923), luego profesor titular en Marburgo (1923-1927), hasta que finalmente obtuvo la cátedra en Friburgo. Nombrado en 1933 rector de esa misma Universidad, sus controvertidas relaciones con el régimen nacionalsocialista trajeron, con el final de la guerra, la suspensión de sus funciones académicas. Apartado cada vez más de la vida pública, adulado por unos a la vez que criticado por otros, Heidegger se consagró en esta segunda etapa de su vida enteramente a la «experiencia del pensar», impartiendo seminarios, dictando conferencias y publicando importantes ensayos sobre el final de la metafísica, el humanismo, la técnica y el arte.
La nube habitada. El camino del campo, de Martin Heidegger | FronteraD
Parte desde el portón del jardín real hacia Ehnried. Los viejos tilos del jardín del palacio lo miran por encima de los muros, lo mismo cuando en tiempo de Pascua brilla claro entre los sembrados que crecen y las praderas que se despiertan, que cuando por Navidades desaparece entre los remolinos de nieve detrás de la colina más cercana. Al llegar a la cruz de los caminos, dobla en dirección al bosque. Al pasar por la linde saluda a una encina erguida, bajo cuya copa hay un banco, totalmente labrado.
De vez en cuando reposaban sobre él uno u otro escrito de los grandes pensadores, que la inexperiencia de un joven intentaba descifrar. Si unos sobre otros se amontonaban los enigmas y no se encontraba ninguna salida, entonces el camino del campo ayudaba. Porque él dirige el paso en una senda dócil, sereno a través de la anchura de esta tierra enjuta.
Una y otra vez, de cuando en cuando, vuelve el pensar a los mismos escritos o por los propios intentos a lo largo del sendero que el camino rural lleva a través de la campiña. Este camino permanece tan cercano al paso del pensador como al paso del campesino, que al amanecer sale a segar sus prados. Más frecuentemente con los años, la encina al borde del camino nos lleva a recordar el juego temprano o una primera elección.