En busca de la realidad tras una imagen que se convirtió en icono propagandístico
Nada más moderno que el corta y pega. El siglo XX nace cuando los artistas se arman de tijeras y pegamento. No es casual que los cubistas fueran aficionados al collage, o que Buñuel y Eisenstein reinventaran el cine a golpe de montaje. Ser moderno significa nacer en un mundo hecho pedazos y pasarse la vida recomponiendo las piezas del puzzle. Ser artista moderno significa romper la aparente coherencia de una realidad postiza para configurar otra más auténtica. “La actitud realista,” escribía André Breton en el primer manifiesto surrealista, de 1924, “… me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral”.Las bombas también cortan. Y, perversamente, producen arte. En febrero de 1937, Robert Capa y Gerda Taro revisan sus hojas de contacto y –con tijeras y pegamento– componen un cuaderno con las imágenes de los estragos hechos en Madrid por los bombardeos facciosos. En la primera página, bajo la frase Le bombardement de Madrid, garabatean, en paréntesis: surréalisme (fig. 1). En efecto, hay algo surreal en las imágenes de fachadas solitarias y de edificios cortados transversalmente –convertidos, de un segundo para otro, en escaparates de una vida doméstica sorprendida en su intimidad–.