Enlazo de nuevo una potente reivindicación de la figura de Alexander von Humboldt y su carácter precursor. La publicó Fronterad hace casi justamente dos años.
Alexander von Humboldt y de cómo el ser humano ha perdido de vista la naturaleza | FronteraD
En una de las ventanas de la planta baja de una perdida cabaña en el condado de Wiltshire, en el brumoso sudoeste de Inglaterra, cuelga un cartel con una calavera y un par de tibias cruzadas en el que se puede leer en inglés el aviso “Peligro. Radioactividad”. Mirando en el interior a través del polvoriento tragaluz todavía es posible reconocer un taller salpicado de instrumental científico, con las estanterías, las mesas y el suelo repletos de libros, papeles y extraños cachivaches de diferentes formas y tamaños, algunos de ellos con la extraña apariencia de haber sido ensamblados allí mismo. Ahora ese laboratorio casero se muestra casi desierto, pero la advertencia sigue manteniendo alejados a los ladrones y curiosos, como lo hizo durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, en la que bullía en su interior una intensa actividad que no deseaba ser molestada.
Nada en ese tranquilo rincón de la campiña británica, muy cerca de donde se alojan los famosos restos arqueológicos de Stonehenge y Avebury, haría pensar que allí se llevaron a cabo investigaciones secretas de la NASA, en uno de los intentos más ingeniosos para detectar la presencia de vida en Marte, a partir del análisis espectroscópico de la composición de los gases de su atmósfera, ni tampoco que allí supuestamente se idease con la máxima discreción el horno microondas con el que hoy podemos calentar la leche del desayuno. Sin embargo, si por algo debería ser distinguido ese lugar, si por algo debería ser importante, es porque allí dentro el genial científico James E. Lovelock (Letchworth, Reino Unido, 1919) dio a luz a una de las más revolucionarias conjeturas en la historia de la ciencia medioambiental, la teoría de Gaia, que postula que la Tierra no es otra cosa que un gigantesco organismo vivo que se autorregula, una suerte de gran célula planetaria en la que todos sus componentes, la atmósfera, los océanos, las rocas, los seres vivos, están íntima y recíprocamente relacionados entre sí.
Hasta que se publicaron sus primeros trabajos a finales de la década de los 70 se aceptaba de manera generalizada que la vida estaba en constante adaptación a las características y los cambios del medio ambiente, aunque sin la capacidad de modificarlo. Pero Lovelock se atrevió a ampliar la interpretación de aquella gran visión de Darwin, según la cual los organismos que tienen más probabilidades de producir descendencia son los mejor adaptados. Su teoría de Gaia llamaba a revisar la solidez del concepto de selección natural, al que, según su criterio, sería necesario añadir que también el crecimiento y la actividad de un organismo, por insignificante que este pueda parecer (una bacteria, un pino o el vecino de arriba), afecta a su entorno físico y químico y, por tanto, la evolución de las especies y la del medio ambiente están estrechamente ligadas en un proceso conjunto e inseparable que se retroalimenta. El cambio climático provocado por el frenético desarrollo humano puede que sea el último que veamos, pero no es el único ejemplo con el que Lovelock fundamenta la autenticidad de su teoría dinámica.