Escribir es una forma de acceder al paraíso, entrando en él como un ilegal. Un migrante. Muchos mueren cuando están a punto de alcanzarlo. Escribir es una manera de intentarlo.
Por Miguel Ángel Hernández Saavedra.Escribir sobre el paraíso. Perdido. Sí, sí: no “sobre”… Hacerlo para recobrarlo. No hay reconquista posible. Sí, sí: no “para”… Para cobrarse un recuerdo. Escribir es una forma de acceder al paraíso, entrando en él como un ilegal. Un migrante. Muchos mueren cuando están a punto de alcanzarlo. Escribir es una manera de intentarlo. Se escribe desde la perspectiva del que aún conserva alguna fuerza, por pequeña que sea, para querer entrar en el paraíso. Algunos se dejan arrastrar por las corrientes o entonan un bellísimo canto al nihilismo, a la desesperación. Los arrogantes consiguen que la espera no lo parezca. Son los cínicos de todo tiempo, excepto del antiguo (del tiempo griego, por ejemplo, que era un espacio). Claro, claro: no basta con la arrogancia, hay que ser un experto. El ser humano no es una tabla de salvación para sí mismo ni debe serlo para otro, es un fabricante o un buscador de tablas. El paraíso es, desde el prisma del hijo de un carpintero, un precioso almacén. Escribir es imaginar los resabios. El sabio no escribe. No, no. Escribir no es cosa de sabios. (Ni Sócrates ni Jesús. La respuesta del oráculo a Querefonte es premonitoria; el silencio del Padre en la cruz es consumador. Los dioses dictan o callan, no escriben). La cicuta es el antídoto al veneno dulce del fruto del árbol, la confirmación de que las leyes son la única escritura importante, cuyos efectos no son interpretables. El hombre que así muere, dándoles cumplimiento, no necesita escribir. Escribir no le exime de su conocimiento. Darle la espalda a Sócrates: escribir.