La atención es un auténtico tesoro usado poco a pesar de su valor. La falta de atención, además de errores domésticos, cercena nuestra vida, nos confunde, nos resta posibilidades de admirar el mundo, de aprender, de conocer a quienes amamos o aquello que nos aterra. La atención es como la sal, sin ella la vida puede ser insípida. Este artículo ha sido escrito señalando cada letra con el iris sobre una pantalla
Por Isabel Gutiérrez CobosEn casa el asunto era mostrarse fuerte, ganador. Una labor agotadora que mi padre llevaba al extremo obligándose a sí mismo, por ejemplo, a no comer ni beber entre horas, incluso conduciendo a Acapulco, clima tropical. La excelencia era su límite. Aquel ejemplo caló, aunque nos hizo también daño. Mi deseo de conseguir su atención, incluso a los 51 años, llegó cuando lloró al leer mi primer texto sobre la ELA. Pero pasando unos meses lo que me hizo dejar de ser para siempre transparente fue admirar que no me desmoronaba. Viví hasta que me independicé de un ambiente en el que ser fuerte, evitando la fragilidad, era la única opción. Ese fue el sello de fábrica que nos marcó. Pero mi padre siguió con su voluntad de excelencia hasta que el alzhéimer lo tumbó. Ni un paso atrás. Los cuatro, cada uno a su estilo, salimos adelante. Yo creo que nos enseñó fue más bien a ser resistentes, una fuerza correosa empezando a practicar con él como obstáculo. Sobrevivimos. Este fue el primer entrenamiento para enfrentarme a la vida. El trabajo fue la otra fase de aprendizaje que diversificó mi forma de pisar el planeta. Un trabajo donde esa resistencia fue básica. Transporte internacional de mercancías. Tal y como se ha montado la economía, no se permitía presentar presupuestos a la baja. La burbuja de siempre, mentiras y disfraces. El estrés por conseguir esos números era no perder los clientes más importantes y además crecer. Una clienta muy importante me llamó y me preguntó exigente—Gracias por informarnos del tifón en Chittagong, pero dime qué vas a hacer al respecto.