Leónidas Martín repasa los hitos de la marca no comercial, un proyecto de desobediencia civil, que nació en 2002 en Barcelona
Desde el principio nos impusimos un reto: Yomango no crearía nada, todo lo que Yomango haría siempre sería mangar. O dicho de otro modo, más que tratar de crear algo desde cero lo que realmente nos interesó siempre fue explorar la creación que residía en la combinación y los usos inesperados de lo que ya existía. Y lo cumplimos. Desde el propio nombre de la marca Yomango, que no es otro que la apropiación del de la empresa multinacional de moda Mango, hasta sus complementos de moda o sus eslóganes, todo fueron apropiaciones de otras marcas que, al combinarlas con Yomango, adquirían nuevos sentidos. Como por ejemplo el eslogan que le mangamos a Mastercard: “Hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás… Yomango”. El objetivo principal de Yomango fue siempre el de constituirse como marca (la primera marca no comercial de la historia), y como tal Yomango se dedicó a hacer lo que hacen todas las marcas: crear un estilo de vida a su alrededor. La diferencia radicaba en que el estilo de vida que ofrecía Yomango tenía la capacidad de infiltrarse en el imaginario de las otras marcas –estuviese ésta relacionada con la moda o no– y alterarlo hasta dejarlo patas arriba. “Yomango, en tu centro comercial más cercano”, decíamos por aquél entonces, esos eran los lugares donde actuaba nuestra marca, los templos de las empresas multinacionales, las catedrales del consumo donde se encuentra encerrado nuestro deseo.