«La novela autobiográfica de Camus es un grito en favor de los olvidados de este mundo, de los que no tienen la posibilidad de tener un lugar en la historia», escribe el abogado Luis Suárez Mariño.
El niño no había conocido a su padre, muerto prematuramente en una guerra que no era la suya, como no lo son las guerras de quienes mueren en el campo de batalla. Criado en un país lejano por una madre, iletrada y sorda, que trabajaba en casas ajenas sin descanso, y por una abuela autoritaria –que hacía de cabeza de familia administrando el dinero escaso–, acudía a la escuela como a un lugar que «ofrecía una evasión de la vida de familia», y donde el maestro «alimentaba en ellos el hambre de descubrir» y les hacía «sentir por primera vez que existían y eran objeto de la más alta consideración». «Se los juzgaba dignos de descubrir el mundo».Pasados los años, el niño, hecho ya un hombre, escribía al maestro para decirle: «Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto… que me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siendo siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido».