“Nuestras habitaciones son el fiel reflejo de una generación que vive una inseguridad perpetua, que sabe que se encuentra de paso”, escribe Dani Domínguez.
Mi única pertenencia de gran volumen es una estantería blanca de seis baldas que compré hace unos meses en Ikea. La coloqué en mi habitación, entre el escritorio y la pared, en el único hueco que queda libre en estos 8 metros cuadrados. En poco tiempo se llenó de libros; unos libros que antes solía acarrear de un lado para otro, de Madrid a mi pueblo, a esa casa a la que todavía me refiero como mía aunque lleve años sin vivir en ella. Allí acumulo la mayoría de mis libros y otras pertenencias, por falta de espacio y por seguridad. Son las pocas cosas que considero como mías y por eso quiero que estén protegidas.Jamás pensé en por qué mi maleta siempre cargaba con ellos en la misma dirección: los adquiría en Madrid, los leía, y acababa viajando al pueblo para colocarlos en algún sitio libre. Hasta que lo entendí. Me da pánico no saber dónde estaré mañana; no saber si en unos meses tendré que empaquetar las pocas cosas que tengo en estos 8 metros cuadrados y cambiarlas de sitio, a una nueva habitación de transición donde volver a ser un invitado.Hace unos días, una amiga me enseñaba las nuevas cortinas que había comprado para su habitación en Madrid. Después de tres mudanzas en menos de un año, ese trozo de tela simbolizaba una mínima estabilidad, el reposo de quien ha abierto y cerrado cajas demasiadas veces en poco tiempo. Unas cortinas que no solo vienen a quitar la luz sino a dar un pequeño respiro.
Casas cueva de Granada. Contra la uniformización de las formas de vida Las cuevas utilizadas como vivienda son una de las características más personales del paisaje urbano granadino. Excavadas sobre los cerros y barrancos del cinturón montañoso que rodea Granada, las cuevas aparecen en los límites de la ciudad edificada pero integradas en ella. El contraste que suponen se convierte casi en desafío. Las cuevas frente a los edificios; lo horizontal frente a lo vertical; lo orgánico frente a la cuadrícula; lo espontáneo frente a la planificación…
En la mañana en que comienzo a escribir este artículo, el titular de un periódico me informa de que existen en España cerca de dos mil municipios con más personas jubiladas que trabajando. Las noticias sobre un futuro demográfico en el que la longevidad se considera una amenaza y no un generador de oportunidades son una constante en nuestros medios informativos...
Y sin embargo puede haber también muchas oportunidades y, para aprovecharlas, es necesario tener en cuenta que, quienes ahora envejecen, tienen otras necesidades, han vivido de manera muy diferente a la de sus abuelxs y desean mantener ese estilo de vida también en su vejez. Quienes comenzaron su vida activa a partir de la democracia, están llegando ahora a la edad de jubilación y lo hacen con una nueva actitud que demanda cambios en la organización de su atención para que las soluciones tradicionales se adapten a una realidad social muy distinta. Algunos ensayos hablan ya de una nueva economía, la plateada, y de una serie de innovaciones que pueden generar desarrollo social.Porque resulta indudable que la edad nos discrimina y un dato muy común que lo prueba es que a quienes somos mayores se nos infantiliza, se nos habla frecuentemente en un tono indulgente y conmiserativo, aunque desde luego tampoco la infancia debería ser destinataria de ese lenguaje simplificado. Además se nos denomina «clases pasivas», un ejemplo más que evidencia los perjuicios de una sociedad que, una vez finalizada nuestra vida laboral, nos aparca, considerándonos incapaces de generar riqueza, aportar conocimientos o de cuidar de nosotrxs mismxs.