Confundir la vida con la sobrevivencia hace de la realidad una realidad de falsedades establecida por el sistema de explotación del hombre por el hombre, que es la base de nuestra civilización mercantilizada. ¿Quién aún cree que garantizar el pan diario justifica la necesidad de trabajar mientras que todo el tiempo una minoría se enriquece a expensas de una laboriosa mayoría, obligada a pagar por los bienes que produce?
La sobrevivencia es la forma economizada de la vida. En cualquier tiempo, la existencia de individuos y colectividades no ha sido más que un infierno con aire acondicionado. Los únicos cambios apreciables se limitaron a traducir, de acuerdo con las tormentas y apaciguamientos de la historia, las variaciones de lo intolerable.Porque la vida economizada, la vida sin vida, ha sido siempre un lugar de decepción y de desolación, a tal punto que la imaginación angustiada ha abogado por otro lugar tan admirable pero que es preciso morir para poder alcanzarlo.Ciertamente, los ricos vegetan más cómodamente que los pobres, pero en términos de ser feliz, ¡nada de nada! La culpabilidad, el miedo, la frustración, la amenaza de la morbosidad omnipresente los persigue del mismo modo, como si su absurda carencia de vida, multiplicara los espectros de esta locura evocada por Erasmo, Brandt y Quevedo. Explotadores y explotados se relacionan con terror endémico, temiendo a la daga que puede brotar de cada mano amiga o enemiga. El desliz mental y la explosión de violencia indiscriminada tienen caprichos en cada esquina