La articulación de pensamiento y acción ocupó desde un principio a la joven Simone. Es como el nudo gordiano en el que se afanarán, en constelaciones cambiantes, su reflexión filosófica y su actuación política con la mira puesta en la acción eficaz
En un trabajo de clase sobre Stendhal, recogido en sus Primeros escritos filosóficos[1], leemos estas frases con las que una jovencísima Simone Weil de apenas diecisiete años remata su estudio de El rojo y el negro:Este movimiento que va contra toda poesía, toda elocuencia, toda religión, es lo propio de la prosa. También la lengua francesa es por excelencia la lengua de la prosa. Se puede, pues, llamar a este espíritu eminentemente francés el espíritu de la prosa, oponiendo así Francia a la poética Inglaterra que representa Shakespeare, y al pensamiento real y concreto, unión de la naturaleza y del hombre, que Alemania realizó en Goethe. Este espíritu de prosa, este espíritu cartesiano, es también por excelencia el espíritu revolucionario, y no es casualidad que hace algunos años aún se pudiera llamar el país de la prosa al país de la mayor de las revoluciones. Stendhal es también uno de los autores de la biblioteca del ciudadano; y se podría llamar a El rojo y el negro la biblia del hombre libre, biblia que es absolutamente en todo lo opuesto de la verdadera.El breve ensayo, dedicado al “más bello, tal vez, de los libros de Stendhal”, y que toma como guía a Balzac –quien ve en Stendhal a un representante de la que él llama “literatura de ideas” frente a la “literatura de imágenes”–, es un análisis del estilo del autor de El rojo y el negro a través de su protagonista, Julien Sorel. Stendhal nos presenta siempre a este, escribe Simone Weil, “como dispuesto a la acción”, “en vista de la acción”; es más, accedemos a su interior exclusivamente por “lo que la acción le hace sentir a él [Julien]”. Es así, sigue diciendo, como “conocemos sobre todo al personaje en los momentos en los que el mundo, por una oposición violenta, le fuerza a reflexionar sobre sí mismo”. Esta mirada externa, que no “inventa” una intimidad ni mucho menos se recrea en ella, sino que, por así decir, asume dar el rodeo que pasa por la acción en el mundo, caracteriza la actitud descriptiva de Stendhal, “ese estilo desnudo”, despojado, “que describe lo que quiere describir y deja de lado todo lo demás”; un estilo “conciso y ajustado”, “limpio”, sobrio, que constituye esa peculiar “cordura” (sagesse) de la que el novelista “hace participar al lector”. Y prosigue Simone Weil:En Stendhal la forma es, pues, también un rechazo, el rechazo de la elocuencia, es decir, el rechazo del movimiento mientos enérgicos; y la fuerza de su estilo es lo que mejor rompe ese movimiento, es decir, lo que con tanto acierto se llama agudeza [trait d’esprit; el “rasgo de ingenio”, diríamos también.
Este movimiento que va contra toda poesía, toda elocuencia, toda religión, es lo propio de la prosa. También la lengua francesa es por excelencia la lengua de la prosa. Se puede, pues, llamar a este espíritu eminentemente francés el espíritu de la prosa, oponiendo así Francia a la poética Inglaterra que representa Shakespeare, y al pensamiento real y concreto, unión de la naturaleza y del hombre, que Alemania realizó en Goethe. Este espíritu de prosa, este espíritu cartesiano, es también por excelencia el espíritu revolucionario, y no es casualidad que hace algunos años aún se pudiera llamar el país de la prosa al país de la mayor de las revoluciones. Stendhal es también uno de los autores de la biblioteca del ciudadano; y se podría llamar a El rojo y el negro la biblia del hombre libre, biblia que es absolutamente en todo lo opuesto de la verdadera.
En Stendhal la forma es, pues, también un rechazo, el rechazo de la elocuencia, es decir, el rechazo del movimiento mientos enérgicos; y la fuerza de su estilo es lo que mejor rompe ese movimiento, es decir, lo que con tanto acierto se llama agudeza [trait d’esprit; el “rasgo de ingenio”, diríamos también.