Cuando visitamos –después de muchos años– un lugar de nuestra infancia, nos melancolizamos. No nos hacemos los muertos; de algún modo, ya lo estamos. Vivimos una especie de resurrección desencantada y, sin embargo, poética. Encontramos el vestigio de nuestra imagen actualizada
Para una arqueología del vestigio - Frontera Digital

Por Miguel Ángel Hernández Saavedra
Este artículo, que no lo es, responde al comentario de un hombre sabio, creyente y experto medievalista, gran autoridad en el pensamiento de San Buenaventura.
A propósito de las imágenes que tomé de una ermita en ruinas, escribí: “Una manera de ver las cosas permite no verlas de otras maneras posibles. Eso no significa que las cosas se dejen ver de cualquier manera. El límite DA permiso. En ese momento, dejamos de ver cosas: límites. Lo que explica este fervor tan nuestro por las ruinas, que nos ven, nos delimitan, nos ‘ilimitan’ a su manera”. A lo que Marc Ozilou, tras aludir a Schelling y a Hegel, maestros indiscutibles en el concepto y la dialéctica del LÍMITE, respondió: “Aceptamos el límite para encontrarnos a nosotros mismos. Sin embargo, el límite que nos define no debe ser una respuesta –como la ‘definición’ en Aristóteles– sino una pregunta que ‘abre’, como el marco de la ventana. Abre nuestro horizonte, así como el ‘puente’ es lo que crea el lugar (Heidegger). Por eso me gusta mucho la idea de ‘vestigio’ (‘ruina’ tiene un sentido negativo). El vestigio es el rastro dejado allí de lo que era antiguamente. Un lugar en el tiempo. Llegados a este punto, hay dos soluciones posibles, creo: la solución genealógica y la solución arqueológica. La genealogía nos propone un (eterno) regreso, nos renueva –sin parar– en el tiempo. En cuanto a mí, elijo el ‘lugar’, la arqueología del lugar, del rastro” [traducido del francés]. Finalmente, Ozilou alude a Platón, quien a su vez cita a Hesíodo (Los trabajos y los días) “cuando decía que, en cierto modo, la mitad era más que el todo” (República, 466 c).