“Nuestras habitaciones son el fiel reflejo de una generación que vive una inseguridad perpetua, que sabe que se encuentra de paso”, escribe Dani Domínguez.
Mi única pertenencia de gran volumen es una estantería blanca de seis baldas que compré hace unos meses en Ikea. La coloqué en mi habitación, entre el escritorio y la pared, en el único hueco que queda libre en estos 8 metros cuadrados. En poco tiempo se llenó de libros; unos libros que antes solía acarrear de un lado para otro, de Madrid a mi pueblo, a esa casa a la que todavía me refiero como mía aunque lleve años sin vivir en ella. Allí acumulo la mayoría de mis libros y otras pertenencias, por falta de espacio y por seguridad. Son las pocas cosas que considero como mías y por eso quiero que estén protegidas.Jamás pensé en por qué mi maleta siempre cargaba con ellos en la misma dirección: los adquiría en Madrid, los leía, y acababa viajando al pueblo para colocarlos en algún sitio libre. Hasta que lo entendí. Me da pánico no saber dónde estaré mañana; no saber si en unos meses tendré que empaquetar las pocas cosas que tengo en estos 8 metros cuadrados y cambiarlas de sitio, a una nueva habitación de transición donde volver a ser un invitado.Hace unos días, una amiga me enseñaba las nuevas cortinas que había comprado para su habitación en Madrid. Después de tres mudanzas en menos de un año, ese trozo de tela simbolizaba una mínima estabilidad, el reposo de quien ha abierto y cerrado cajas demasiadas veces en poco tiempo. Unas cortinas que no solo vienen a quitar la luz sino a dar un pequeño respiro.
Si no provienes de una familia rica o de una ciudad rica, las probabilidades juegan en tu contra independientemente de lo mucho que te esfuerces o del talento que tengas. El mundo de la música clásica ni es noble ni es justo, aunque su reputación afirme todo lo contrario
El sindicato de músicos de la orquesta sinfónica de Baltimore, a finales de junio pasado, se negó a firmar un contrato que recortaba el sueldo de sus músicos sindicados en aproximadamente un 20 %. Los músicos, a su vez, se quedaron sin trabajo por el cierre patronal que decretó la dirección, que les supuso enfrentarse a meses sin sueldo ni atención médica. En un artículo publicado en el Baltimore Sun, algunos miembros de la orquesta contaron que sus miedos eran quedarse sin casa y no poder cuidar de sus seres queridos enfermos. Quizá la entrevista más impresionante del reportaje era la de una violinista de 27 años que había hecho todo bien: tenía talento y trabajaba sin descanso; después de la universidad había ascendido de violín segundo a violín primero y, al final, había logrado obtener su trabajo soñado en una sinfónica sindicada. Pero antes de eso, había asistido a las escuelas adecuadas: el Conservatorio de Oberlin y la Manhattan School of Music, que le habían generado una deuda de más de 100.000 dólares en préstamos estudiantiles. Esta era una deuda que se había propuesto pagar antes de cumplir los 40, si continuaba viviendo con su estilo frugal y compartiendo piso con un compañero cerca de la sala de conciertos. Solo que ahora se encontraba armando piquetes con sus coaccionados colegas, que también habían hecho todo bien.El mundo de la música clásica ni es noble ni es justo, aunque su reputación afirme todo lo contrario.