Guillem Martínez despide a Juan Marsé, a su manera "sexy"...
Carecía de ese sentido del personaje que gasta el grueso de novelistas por aquí abajo, tan interesanteZzzzz. La expresión seria, cabreada, de las fotos, era una suerte de timidez. De vez en cuando se le iluminaba la cara, y hablaba de liarla
Charnego power revolution
Las novelas no hablan de países. Ni siquiera Guerra y Paz describe un país. La primera gran novela americana, así, no habla de América, sino de un cetáceo. Es decir, de otra cosa. Lo que da un apunte del género: es otra cosa a la esperada. Un truco. El Quijote, la invención del género, habla de un inadaptado, tal vez un tonto. Y ese es el género, hasta que Musil se lo carga. Con otra novela con tonto muy tonto. La novela, en fin, son tontos, personas en colisión violenta con la realidad. Lo que posibilita –y este es el gran qué– hablar de los listos. De la realidad, incluso de realidades más profundas que la realidad, que la realidad esconde. Tanta inteligencia a partir de la materia prima del tonto –tan común en todos los trabajos y oficios– apunta la excepcionalidad del autor que lo consigue. En este párrafo aparecen unos pocos al tuntún. Tostoi, Melville, Cervantes, Musil... Marsé es otro. Uno de los grandes. Se dice rápido.
Juan Marsé, nacido Juan Faneca, y adoptado por los Marsé, su familia –en una peripecia que retrata un país en el que nada es lo que parece o lo que se dice; antaño, con mayor intensidad incluso; hoy, con mayor extensión–, iba para joyero, un oficio con otros tontos. Su ruptura biográfica con sus orígenes obreros y populares fue la escritura, a la que accede influenciado por el estilo más que por la trama, a la francesa de aquel momento. Ahora que lo releo, no es eso, pero es algo de eso. Sus tramas son, no obstante, complejas, y facilitan la erosión con la realidad