La escritora Belén Gopegui y David Becerra Mayor, investigador y profesor, autor de La guerra civil como moda literaria y director de la colección de ensayo de Hoja de Lata, mantuvieron esta charla -editada por cuestiones de espacio- en el III Congreso de la revista Catarsi magazín, celebrado en Barcelona el pasado mes de diciembre.
Belén Gopegui: Para Edward Palmer Thompson, la identidad de clase no viene dada. Se construye con el tiempo a través de experiencias laborales y de ocio compartidas y obviamente pero no necesariamente más importante su exclusión del bienestar material y la explotación por parte de las clases dirigentes. Esta es una idea que solemos compartir en contextos como este, donde damos importancia a la cultura, pero debo reconocer que cada vez tengo más dudas sobre esto. Cada vez me siento más identificada con una frase de Román García Alberte: «si vuelvo a escuchar la expresión de la batalla por el relato me tiraré por una ventana. No existe la batalla del relato, existe la batalla del dinero«. Creo que es bueno relativizar un poco esa batalla por el relato y el esfuerzo que se pone en que creamos que es tan importante. Hay algo que no es relato, que son los cuerpos, el dinero, el capital, la parte material de la existencia. Eso se junta con esos ocho mil millones de artículos sobre la desaparición de la clase obrera.En una época en la que la clase es la principal ausente de los imaginarios culturales, ¿cómo retribuirle el sitio? Mi duda es si está algo peor que ausente. La clase obrera no está ausente, es el sitio del que se quiere escapar. En Ama de José Ignacio Carnero se describe muy bien: «mi mundo eran los libros y las películas, quería vivir en ellos, ser como los actores sofisticados que beben cócteles y escuchan jazz, quería en el fondo dejar de parecerme a mi». Toni Morrison, en Jugando en la oscuridad, habla del tratamiento de la negritud en las novelas, pero también de la blanquitud, que no se trata porque no ha sido necesario, y creo que con la clase pasa algo parecido, existe una especie de «clasemediatud», que no se explicita y apunta que el ser humano es eso. En las novelas, si aparece alguien de clase obrera con un tratamiento medianamente complejo, ya parece que no es de clase obrera. La complejidad le ha sacado de ahí.