"¿De verdad no puede una militar por un mundo más justo y, a la vez, divertirse con chorradas?", se pregunta Manuel Ligero
Raquel y yo nos dirigimos, solas, a la iglesia. Un magnífico sermón fue pronunciado por mi ingenioso amigo, respecto de la pagana indiferencia del mundo en lo que concierne a la gravedad de los pecados menores. Durante más de una hora atronó su elocuencia, auxiliada por una voz soberbia, en el sagrado edificio. Al salir le dije a Raquel:—¿Ha conseguido llegarte al corazón, querida? Y ella me respondió: —No. Sólo me ha producido jaqueca.(Wilkie Collins, La piedra lunar, 1868)En una de las historias narradas por David W. Griffith en Intolerancia (1916), un grupo de trabajadores y trabajadoras de un molino se divierte en una verbena. Allí beben, cantan, bailan y olvidan su dura semana de trabajo. Pero este esparcimiento molesta al jefe, que los vigila de cerca tras haber sido persuadido por un grupo de puritanas y guardianes de la moral. «¡Las 10 de la noche! ¡Deberían estar durmiendo para poder trabajar mañana!», protesta escandalizado. El director se pone de parte de los obreros recurriendo a una cita del Eclesiastés: «Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa (…), un tiempo para llorar y un tiempo para reír, un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar».Criticones, malpensados y aguafiestas siempre hubo entre la grey practicante y la adusta patronal. ¿Pero por qué se sumó la izquierda a este ejército de santurrones? ¿De dónde han salido estos pastores rojos, cancerberos del decoro social, que nos dicen qué entretenimiento es compatible con la revolución y cuál no? Machado ya hablaba de esos “pedantones al paño” que se las dan de sabios “porque no beben el vino de las tabernas”. Pues bien, ha llegado el momento de diagnosticar su mal, encontrar su origen y ofrecer un remedio a su sufrimiento. Y para eso estamos aquí.
Raquel y yo nos dirigimos, solas, a la iglesia. Un magnífico sermón fue pronunciado por mi ingenioso amigo, respecto de la pagana indiferencia del mundo en lo que concierne a la gravedad de los pecados menores. Durante más de una hora atronó su elocuencia, auxiliada por una voz soberbia, en el sagrado edificio. Al salir le dije a Raquel:—¿Ha conseguido llegarte al corazón, querida? Y ella me respondió: —No. Sólo me ha producido jaqueca.(Wilkie Collins, La piedra lunar, 1868)