El nombre de Dante Alighieri (1265-1321) nos remite inmediatamente a su obra más conocida: la Divina Comedia, un temprano ejemplo escrito en verso de lo que ahora llamaríamos autoficción, es decir, una obra en la que el autor no duda en colocarse como narrador y protagonista de su propio relato.
Además, en esta gran obra de la literatura universal, Dante imagina y escribe encuentros con grandes intelectuales de la Antigüedad y de su propio tiempo, la Florencia de la Baja Edad Media marcada por las luchas entre los güelfos, seguidores del Papa, y los gibelinos, partidarios del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Como hombre cuya obra marcaría el paso del pensamiento medieval al renacentista, Dante cultivó no solo las humanidades, sino también las ciencias, impregnando su literatura de matemáticas y, en concreto, de su hermana pequeña y algo supersticiosa: la numerología.La Comedia comienza presentando a un Dante que, a la mitad del camino de su vida, se encuentra perdido en una oscura selva en la que aparecen tres fieras que le acechan. De repente, alguien acude en su ayuda: es Virgilio, el poeta clásico, autor de la Eneida (obra fundacional de la cultura latina). Virgilio se apiada de Dante y le ofrece su ayuda, pero, para salir de ese oscuro lugar y lograr la salvación, Dante deberá transitar un largo camino por lugares misteriosos. Así, el poeta florentino comienza un recorrido que le hará atravesar la tierra y ascender a las esferas celestes: de la mano de Virgilio, avanzará a través del mismísimo Infierno, del Purgatorio y, finalmente, del Paraíso. Este es el punto de partida de la Comedia: un hombre extraviado en la inmensidad de la selva. Pero hay otra lectura que nos lleva más allá: la de la humanidad, perdida y acorralada por el pecado, que debe transitar un sinuoso camino hacia la salvación divina. Esta lectura alegórica en clave religiosa sobrevuela toda la obra, como es natural en su tiempo, y para construir este entramado simbólico Dante recurre precisamente a un número con particulares resonancias místicas: el tres, que evoca la Santísima Trinidad y también las propiedades geométricas de estabilidad y equilibrio del triángulo.
Esta cifra, tal y como la usamos, se la debemos a matemáticos indios. Cuando el matemático Fibonacci la introduce en Europa en el siglo XII, copiada de los árabes, se la consideró un producto del diablo
“Multiplícate por cero” es una de las frases ya míticas de Bart Simpson, cuando quiere condenar a alguien a su total desaparición. También usamos la expresión “es un cero a la izquierda” para indicar la irrelevancia de una persona. Así que el cero está inmerso ya en el imaginario colectivo de la humanidad, pero lo que muchos ignoran es que ha sido una invención (o descubrimiento, si nos ponemos platónicos) relativamente reciente.El cero está intímamente ligado al sistema decimal. Y tiene dos funciones: una, como simple cifra que indica la ausencia de la magnitud que estuviésemos midiendo. Por ejemplo, “tengo mi cuenta corriente a cero”; la otra es posicional. Es decir, no es lo mismo 15 que 105 o 150. Ahí el papel del cero es la clave del sistema.El primer uso del cero como cifra tiene raíces antiguas, y prácticamente todos los sistemas de numeración lo han incorporado, pero no como parte del sistema y sin el significado actual. Por ejemplo, en el antiguo Egipto los escribas usaron un símbolo para el cero, tal y como aparece en el papiro Boulaq 18, datado en el 1860 antes de Cristo. Ese símbolo significa “algo hermoso y placentero”.