Anton Webern fue un compositor punk sesenta años antes de que existiese el punk. A priori, parecería costoso emparentar a tipos gritones armados de guitarras sucias y furibundas baterías con un señor tranquilo cuya herramienta de trabajo era esencialmente el papel pautado, pero tanto unos como el otro supusieron una revuelta única en sus respectivos territorios musicales, empleando además los mismos mecanismos generadores: precisión y sencillez. Si Dead Kennedys o Ramones respondieron al pomposo rock sinfónico de los setenta disparando descargas de dos minutos y cuatro acordes, Webern construyó una ruptura radical frente a la ambiciosa magnificencia del posromanticismo germánico. A base de piezas pequeñas, mínimas, pero delicadas y precisas como un teorema matemático, el compositor austriaco concentraba todo su esfuerzo en un estricto proceso de destilación. Algo que parecía aplicar a todos los estratos de su vida; hasta a su propio nombre.