Los musulmanes reivindican su lugar en España y su derecho a participar en la sociedad, día a día, sin ser rechazados ni discriminados. La islamofobia se ha convertido en el principal delito de odio.
A la entrada del bloque, en el descansillo del primer piso, lo primero que se ve es una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Catorce escalones por planta. Cuarto B de Barcelona. Un pájaro amarillo mira en silencio a través de una jaula. La puerta de al lado no tiene letra. Es una chapa impenetrable. «¡Hola! Pasad. Encantada. Sí, el piso de al lado estuvo ocupado un tiempo. Ahora creo que lo ha comprado un chico joven», explica Fátima Zohra Akdi, 36 años. Duda entre soltar o no a Bético. «¿Un canario? No sé qué pájaro es. Es de mi hijo el mayor, que vive en Madrid, Youness. Tiene 21 años. Él lo deja libre, se da una vuelta por el portal y luego vuelve solo, pero yo no me atrevo por si se escapa. Allí en Marruecos teníamos muchas palomas». Aquí, en España, Fátima tiene un hogar como otro cualquiera. Vive con su marido y sus otros tres hijos en el Polígono San Pablo, en Sevilla: Sundous, Aymane y Hassmae. 9, 14 y 17 años.
Los ataques de la extrema derecha se aprovechan de la existencia previa de un caldo de cultivo que se invisibiliza porque afrontrarlo nos resulta conflictivo: la islamofobia global