El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) ha recibido una importante atención de investigación y es un problema que rara vez deja de ser noticia, ya sea por el tratamiento de niños con anfetaminas, por el uso excesivo o insuficiente del diagnóstico o por sus desenlaces a largo plazo.
A pesar de toda la investigación, ha sido difícil conseguir y mantener un acuerdo profesional sobre qué es el TDAH o qué se debería hacer con él. En 2002, un grupo eminente de psiquiatras y psicólogos publicó la primera declaración de consenso sobre la ciencia, el diagnóstico y el tratamiento del TDAH (Barkley et al, 2002). Sin embargo, la declaración probablemente podría describirse mejor como la declaración de una posición porque las diversas opiniones de qué es el TDAH y sobre qué se debe hacer no fueron reflejadas ni estuvieron representadas. Fundamentales para la discusión son las preguntas sobre si el diagnóstico de TDAH representa realmente algo con sentido y qué es lo que los psiquiatras están tratando de tratar. ¿Son las diferencias en las tasas de frecuencia de TDAH en la población un reflejo de los cambios en la frecuencia de nuevos casos o reflejo del cambio en la tolerancia de la sociedad para aquellos comportamientos que no se ajustan a lo que se espera? Se lo preguntamos al Dr. Sami Timimi, psiquiatra de niños y adolescentes y autor de Psiquiatría Patológica Infantil y Medicalización de la Infancia, y al Profesor Eric Taylor, psiquiatra infantil del Instituto de Psiquiatría e investigador de la etiología, los desenlaces y el tratamiento de TDAH, para debatir sobre el planteamiento de que el TDAH se comprende mejor si se entiende como una construcción cultural.
Los problemas de conciliación y la desigualdad de género siguen muy presentes en el cuidado de los menores. Las principales barreras son los horarios de trabajo, la falta de flexibilidad laboral y los largos desplazamientos
Érase una vez… Esta es la fórmula por excelencia de inicio de la mayoría de los cuentos que, o bien a través de la tradición oral o bien por escrito, hemos leído y escuchado y que permanecen en nuestra memoria y en el inconsciente colectivo contribuyendo a formar estereotipos, sobre todo, de género.
No podemos olvidar que la literatura infantil forma parte de los elementos que construyen la conciencia de los niños y las niñas tanto en un sentido moral como afectivo. Es un instrumento que les ayuda en su proceso de comprensión del mundo y además participa en el proceso de interiorización del conocimiento, no sólo de los objetos, sino también de lo que la sociedad considera correcto o incorrecto; es decir, de su significado social.Por ello un análisis sobre esta literatura y su consumo es fundamental para tratar de valorar cómo está influyendo, o no, en la construcción de estereotipos en el alumnado tanto de primaria como de secundaria. A esto deben sumarse propuestas de intervención en el aula para poder trabajar estos textos y llevar al alumnado a una reflexión que le ayude a deconstruir estos textos y, en consecuencia, a romper con los estereotipos creados.La formación del alumnado de magisterio en este tipo de dinámicas de análisis y trabajo con los cuentos clásicos permite que las nuevas generaciones de maestros y maestras tomen conciencia de que Blancanieves, Caperucita, La Sirenita y tantos otros relatos pueden llevarse al aula de una manera creativa y diversa que invita a la reflexión y a la ruptura de roles ya creados por la sociedad.
Una niña de 11 años embarazada por una violación fue obligada a parir en Tucumán. Dos meses después del revuelo social que generó el caso, Sol, su mamá, cuenta en primera persona las torturas a las que fue sometida "Lucía" durante casi 28 días por parte del sistema provincial de salud con el apoyo espiritual de la Iglesia. Después de 25 días encerrada en un hospital, "Lucía" sólo tenía un sueño: volver a la escuela. Fue una de las razones que la sostuvo durante las largas noches que pasó entre médicos que la querían obligar a continuar con un embarazo que no deseaba, sacerdotes que la instaban a salvar "las dos vidas" y su mamá que no se despegaba de ella -salvo para ir al baño-. La mañana del primer día de clases, dos semanas después del alta hospitalaria, arrancó temprano. Desayunó café con leche, comió unas tortillas, se puso el jogging, la remera y el guardapolvo blanco. Se fue a la escuela caminando con su mamá, Sol, y sus tíos. Entró al aula y se sentó junto a su nueva compañera de banco. Por primera vez en mucho tiempo, Sol vio que Lucía volvía a sonreír. La larga noche que concluyó con una microcesárea el 26 de febrero finalmente quedaba atrás.