Las sociedades actuales siempre han querido y siguen haciéndolo, intentar eliminar la cultura milenaria, la cultura indígena molesta. Lo ocurrido en Canadá donde se han hallado cientos de tumbas de niños sin nombre muertos en los más de 130 residencias de niños indígenas llevadas por la iglesia y financiadas por el gobierno, para destruir su cultura y sus lenguas, es un claro ejemplo del genocidio que aún continua. Además en esas residencias de realizaron violaciones, maltrato y violaciones de los derechos humanos durante 165 años.
¿Hasta cuándo vamos a seguir permitiendo los genocidios inhumanos en los que el hombre se envuelve dentro de un desprecio inaudito a su propia especie? ¿Somos de verdad conscientes del daño que estamos originando a nuestra propia evolución? Estamos acostumbrados a las guerras entre hermanos, al asesinato, al envenenamiento de nuestros alimentos, al desprecio de otras culturas, a la corrupción política sin límites, a la violencia, a la destrucción de nuestro propio hábitat…. ¿Somos un fruto de la evolución o un grave error de la naturaleza que no tendrá más remedio que reparar?El 29 de mayo de 2021, han comenzado aparecer tumbas sin nombre en internados canadienses donde desde 1863 hasta prácticamente nuestros días 1998, más de 150.000 niños indígenas fueron separados a la fuerza de sus familias y llevados a centros de internamiento donde fueron víctimas de abusos, violaciones y toda clase de vejaciones, con el objeto de asimilarlos a la cultura canadiense, donde no se les permitía hablar en su idioma ni seguir ninguna de sus costumbres ancestrales. Un Guantánamo de destrucción cultural indígena, de esclavitud horrorosa, de odio a los pueblos originarios, de un racismo incomprensible y condenable. Pero lo más grave si cabe, es que estos internamientos, centros de detención ilegal, verdaderos campos de concentración, eran dirigidos casi en su totalidad por la Iglesia Católica y financiados por el propio gobierno canadiense. Una religión donde se supone que debe emanar el amor, la paz y el reconocimiento de la igualdad, se convirtió en estos centros en un motor de desprecio a la vida, de asesinatos, violaciones y abusos, enterramientos sin nombre como si las vidas de esos miles de pequeños no tuvieran ningún valor para el Dios de quien alardeaban servir.
Entre le 2 et 4 octobre 1937, les villes du nord-ouest de la République dominicaine connurent le « massacre du Persil »*. Sur ordre de la dictature de Trujillo, les immigrés et ressortissants haïtiens sont traqués puis tués à l’arme blanche par les soldats dominicains. Selon certains historiens, plus de 20 000 Haïtiens ont péri. Quelques mois après l’ignominie, les présidents Sténio Vincent (Haïti) et Rafael Trujillo (République dominicaine) trouvent un arrangement et évitent à la République dominicaine des sanctions diplomatiques et régionales. Plus de huit décennies plus tard, ce génocide, connu sous le nom de « massacre du Persil », n’est toujours pas reconnu par l’État dominicain, alors que meurent les derniers survivants. Portraits de ces rescapés, de lieux de mémoire et de l’héritage d’un pogrom passé sous silence.