Las amistades peligrosas del franquismo...
La derecha glotona, el neoconservadurismo, aprendería de Goldwater una lección fundamental: privatiza los servicios públicos, haz de la política un negocio, no tengas ningún escrúpulo, pero, sobre todo, no lo digas
Trump, en Compostela
La historia política de Trump comenzó en Santiago de Compostela, alrededor del año 1964.
En la ciudad apostólica había encontrado refugio Carl Schmitt, conocido como ‘kronjurist’ del nazismo, el principal artífice en la elaboración de la “arquitectura jurídica” del III Reich. En realidad, Santiago fue mucho más que un refugio. Tratado con el admirativo sobrenombre de Don Carlos, Schmitt encontró allí un hábitat obsequioso, el apoyo de las altas autoridades franquistas y una relación colaboracionista y afectuosa con catedráticos e intelectuales “victoriosos”, entre ellos, y en especial, el carlista Álvaro D’Ors, tan consecuente reaccionario como brillante romanista.
En 1962, Don Carlos fue condecorado y objeto de un gran homenaje organizado por el Instituto de Estudios Políticos, que dirigía en esa época un nuevo tanque del pensamiento autoritario autóctono, Manuel Fraga Iribarne. El acto tuvo lugar en Madrid, en la sede del partido único, el Movimiento Nacional, con la presencia de las jerarquías políticas, eclesiásticas y jurídicas. Todos honraron al teórico del “decisionismo” (los actos del Führer-Duce-Caudillo se traducen en ley), del “estado de excepción permanente”, la política como sinónimo de “guerra” (fría o caliente) y la consideración del adversario o disidente como “enemigo”. Y en su intervención, Carl Schmitt, Don Carlos, bendijo su propio homenaje como una “fiesta sagrada”.
En su retiro compostelano, en 1964, Don Carlos, siempre atento al ajedrez político mundial, mostró su interés y simpatía por un candidato a la presidencia de los Estados Unidos llamado Goldwater. Tenía fama de ultraconservador militarista. Pero había un matiz en el que se hacía notar de forma novedosa: quería privatizar y convertir en negocio los espacios ganados por el “estado de bienestar” del tío Frank (Roosevelt, aquel peligroso populista de izquierdas) y fue el único candidato que se manifestó en contra de la Ley de Derechos Civiles. Tanta sinceridad sería la ruina de Goldwater.