Se cree que las civilizaciones antiguas en China, Egipto y Roma ya tenían la costumbre de regalar flores. En la mitología griega, las flores representaban diosas y también se obsequiaban. La costumbre ha perdurado a lo largo de la historia y, hoy en día, regalar flores sigue siendo casi un imperativo en días como Sant Jordi, San Valentín o el cercano día de la Madre.
Y aunque las flores quieren representar amor y cariño hacia las personas a las que se les ofrecen, la historia que tienen detrás rara vez son un reflejo de eso. Ya lo hemos contado en varias ocasiones; las flores son un producto con una profunda huella detrás, que suelen viajar miles de kilómetros desde los climas tropicales en los que se cultivan, y que tienen una historia de abusos laborales y medioambientales detrás. «La mayoría de las flores que se venden en floristerías son de Colombia, de África o han pasado por Holanda», asegura Nerea Abengoza, una productora de flores ecológicas de Pontevedra. Y las que se producen en España, a menudo han sido cultivadas con una gran cantidad de químicos. «La mayoría no son nacionales, pero aunque lo sean, siguen siendo muy contaminantes».Ella misma lo vio en uno de sus trabajos. Aunque su familia siempre se dedicó a las plantas, la primera experiencia de Nerea con el cultivo de flores fue en unas prácticas que realizó en una plantación convencional. «Yo pensé que al ser flores de proximidad iba a ser un trabajo bonito. Pero fue un trabajo super duro. Era un sitio muy pequeño pero muy intensivo. Usaban un montón de hormonas de crecimiento para conseguir más flores y con tallos más altos y gruesos, y se ponían muchos productos químicos», relata. «Como estamos hablando de algo ornamental que no es algo comestible, tampoco hay unos controles», continúa.