Una de las obras más características del teatro del absurdo es El Rinoceronte (1959), de Eugène Ionesco. El dramaturgo rumano plantea una perturbada situación. En un pueblo francés, los habitantes se van convirtiendo en rinocerontes, empiezan a comportarse como estos paquidermos, pierden sus cualidades de seres humanos. El único lugareño que no experimenta esta metamorfosis es el protagonista, Berenger. El pueblo pierde su humanidad y los rinocerontes, que se propagan con suma rapidez, como una epidemia, imponen sus modos de vida y sus comportamientos toscos. Llama la atención la premura con la que los rinocerontes van olvidando quiénes eran y se adaptan a su nueva condición. La obra de Ionesco es una metáfora de la rápida e imparable expansión del fascismo y los totalitarismos en los años previos a la II Guerra Mundial; la capacidad de desaparecer rápidamente que tiene la democracia (sus valores, los derechos, la empatía) entre nuestras poblaciones.
Martín Bernal, que liberó París con La Nueve y escoltó a De Gaulle en el desfile de la victoria sobre los nazis, vivió un periplo bélico de nueve años que inició escapando de los sublevados en Zaragoza para unirse a la Columna Ascaso, que continuó alistándose en la Legión Extranjera para combatir a los alemanes en África y que siguió al desertar para unirse al Cuerpo Franco y, desde este, al Ejército de Liberación Nacional francés.