La dificultad de atrapar el futuro lo convierte en un fantasma, y de hecho es así como se muestra en una de las contadas representaciones, llamamos “cinematográficas” que se ofrecen para ilustrarlo. Es esa obra de Wolfgang Staehle titulada 2001, una webcam que presenta de frente, brutalmente, la súbita aparición del futuro
2050, una breve historia del futuro. Una exposición de 2016 - Frontera Digital
La exposición proponía una breve historia del futuro. Es un buen título, una puesta en escena del ensayo Una breve historia del futuro, de
Jacques Attali. El problema que plantea el futuro es que es un futurible, se intuye desde el presente, también desde el pasado, por si la historia se pudiese repetir. Esta gran exposición lo intenta, propone hablar de lo que por el momento aún no existe –el año 2050–, pero de lo que pudiera ser, del futuro, y lo hace de la mano de Jacques Attali, ello la hace premonitoria, sin duda inquietante. 2050 es una exposición-texto, didáctica, participativa –plantea preguntas, no cesa de cuestionar al espectador/lector– como ya lo hacen en muchos museos, en este caso en los Museos Reales de Bellas Artes en Bruselas; como siempre, excelente. Digamos que 2050 fue una muestra de conocidas y reputadas obras artísticas modernas, contemporáneas, que acompañaban el texto de Attali. Una exposición artística con manual, como si todas esas obras allí expuestas que nos miraban, que nos provocaban, muchas nos deleitaban, no fuesen sino ilustraciones para digerir el texto, para “ilustrarlo”, un decorado de imágenes que cuelgan en las paredes, como aquellas que iluminaban las biblias. Pudo, quizá ser también una exposición en dos compartimentos estancos, digamos uno “estético” y el otro “ético”. Una transcripción más o menos fiel del texto que suministró el museo al lector/espectador:
Attali propone tres órdenes en la historia de la humanidad: El orden ritual (el ideal teológico), el orden Imperial (el ideal territorial), y el orden del mercado (el ideal individualista).