En su fisonomía afligida asoman los quebrantos del destierro y entre sus manos permanece la herramienta clave de su vida y trabajo, ese violoncelo que se asoma a la imagen con el que quizá haya acompañado el llanto, la penuria y también el aliento de
Entre los muchos exiliados que cruzaron los Pirineos en aquella trágica y desesperada diáspora, estaba un músico del que desconocemos el nombre pero sí sabemos lo que expresa su rostro, por más que trate de amagar un gesto residual de fortaleza en medio de aquella debacle de esperanza. La imagen nos ha llegado a través de la cámara de Robert Capa, como tantas otras de inolvidable y elocuente valor intrahistórico.No hay canas en el cabello oscuro de ese anónimo chelista de la Orquesta Filarmónica de Barcelona, según se nos dice como único dato de su identidad, pero en su fisonomía afligida asoman los quebrantos del destierro: una boca que parece algo desdentada, marcadas ojeras y una expresión condolida en la mirada que quizá esconda la muerte o separación de algún ser querido, o puede que su propia salud maltrecha. Su equipaje habrá sido tan escueto como el del poeta, al que la muerte halló "casi desnudo como los hijos de la mar", pero entre sus manos permanece la herramienta clave de su vida y trabajo —puede que también de su sobrevivencia—, ese violoncelo que se asoma a la imagen con el que quizá haya acompañado el llanto, la penuria y también el aliento de seguir peleando por la vida de tantos compañeros del campo de concentración de Bram.