A la vanguardia de nuevos tratamientos para tratar la adicción a las drogas, es a su vez la ciudad del Estado de la British Columbia con mayor número de muertes por sobredosis.
A mitad de camino de la peor crisis por sobredosis de drogas en América del Norte, Vancouver ha cultivado dos reputaciones, a priori, contradictorias. A la vanguardia de nuevos tratamientos para tratar la adicción, en 2003 fue la primera ciudad en abrir un Supervised Injection Site (Insite), una iniciativa pública del gobierno provincial de la British Columbia, donde un consumidor o consumidora de drogas puede inyectarse cualquier sustancia bajo supervisión médica. Pero es a su vez la ciudad del Estado de la British Columbia con mayor número de muertes por sobredosis. Hogar de la desesperanza y el olvido, Hastings se ha convertido en un reducto de supervivencia donde las personas sin techo –en su mayoría con adicción– tienen permiso para dormir tranquilas. Pero este barrio no siempre fue lo que es hoy. En la década de 1950, la creación de una red de viviendas de bajos ingresos para los trabajadores de temporada se fue convirtiendo en hogar de las personas con escasos recursos y con enfermedades mentales desinstitucionalizadas –personas que se quedaron en la calle cuando el gobierno conservador de John George Diefenbaker decidió cerrar los centros donde se hospedaban, como asegura Travis Lupick, autor del libro Fighting for space, que explica la historia de Vancouver y las drogas–. Con droga de por medio, la situación no podía más que empeorar. Esta concentración, en un barrio de cuatro manzanas, criminalizadas y perseguidas por la Policía, dio lugar a una especie de zona cero aislada del resto de la ciudad.