Sinforosa y Juan Martín han vivido solos desde hace cuatro décadas en La Estrella. Crónica de arraigo, amor y resistencia en un pueblo español.
Por: Virginia MendozaSinforosa y Juan Martín han vivido solos desde hace cuatro décadas en La Estrella. Nadie más habita este pueblo solitario en la provincia de Teruel, España, que llegó a tener alrededor de 200 habitantes y se fue vaciando. Un terreno poco fértil que impedía el cultivo, a donde el agua no llegaba y cuando llegaba, provocaba desastres. Así que marcharse pasó a ser la norma; y a esta problemática se unió la hambruna de la posguerra española. Pero Sinforosa quiere fallecer donde nació, morirse con sus muertos, ser la que cierre el pueblo. Siente la necesidad de cuidar hasta el fin lo que una vez fue de todos.Los dos últimos habitantes de La Estrella tienen planes a futuro: han plantado encinas. Parece un aviso, una declaración de intenciones que se revela nada más llegar a este barrio rural español perteneciente a Mosqueruela y ubicado en el Maestrazgo aragonés, en la provincia de Teruel, junto al límite de la de Castellón.Sinforosa Sancho está sentada en el banco de la puerta de su casa, templada por el sol, rodeada de gatos y envuelta en silencio. Aquí, al fondo de un barranco de difícil acceso, en una ladera rocosa, ella y su marido, Juan Martín Colomer, han vivido solos desde hace casi cuatro décadas en una de las dos hospederías de la iglesia. En estas calles, en las que crece la hierba, llegaron a convivir alrededor de 200 personas. El aislamiento, una naturaleza hostil, el hambre de posguerra y, sobre todo, el éxodo rural desde finales de los años cincuenta, fueron vaciando la aldea hasta que en los años ochenta sólo quedaron aquí los dos ermitaños, a una edad en la que ya nadie se marcharía en busca de trabajo. El hijo de Sinforosa y Juan Martín fue el último niño de La Estrella, tras la muerte de su otra hija, a los 11 años, por un derrame cerebral. Después de que se fueran todos los vecinos, el arraigo de Sinforosa se convirtió en resistencia.