Sabemos la cara que tenemos y el aspecto con el que nos presentamos al mundo porque los hemos visto a lo largo de los años reflejados en diferentes espejos. De la misma manera, sabemos lo que pensamos o ponemos nombres a nuestras ideas porque antes lo hemos visto o leído en alguna manifestación cultural.
os tan agradecidos a esos escritores que han puesto palabras a lo que sentíamos o esos artistas plásticos que han representado alguna escena que creemos haber vivido en otra existencia o en un sueño. A ellos les debemos las metáforas con las que hemos construido nuestro universo simbólico, como tan bien ha expuesto Anne Carson en Eros dulce y amargo, publicado hace unos meses por Lumen.Si damos con el patrón adecuado, nos reconocemos satisfechos y caminamos con pie firme. La búsqueda de ese re-conocimiento es el motor que nos empuja a la cultura, principal espacio de construcción de metáforas. A lo largo de la vida, aprendemos el nombre de las cosas y el funcionamiento de los mecanismos que hacen posible la vida en sociedad. Así adquirimos conocimiento. Sin embargo, todo ese bagaje al final tiene muy poca profundidad si no se produce el re-conocimiento que las manifestaciones culturales hacen posible.
A lo largo de la historia, el arte, la cultura y la educación, nos han aportado herramientas para ayudarnos a pensar el mundo, para transformarlo y mejorarlo, pero también han sido poderosas y peligrosas armas para perpetuar el fanatismo y la intolerancia. El franquismo, el fascismo, el nazismo y el estalinismo, lo tenían claro, por eso utilizaron también el arte y la cultura para imponer su ideología de orden y autoridad. En este sentido, cualquier cambio político de las estructuras de poder puede estar condenado al fracaso si no está acompañado también por una transformación de las sensibilidades culturales que animan el conjunto de la vida. De hecho, aunque casi ningún líder político hable sobre cultura de forma específica, la mayoría la enarbola con orgullo genérico, como seña de identidad y marca nacional. Por ejemplo, cuando Santiago Abascal dice que VOX ha llegado a las instituciones para producir un cambio político, suele añadir cultural y lo hace pensando en que la cultura puede ser una de las mejores armas para terminar con las ideas progresistas que él identifica, sin matices, con doctrinas de izquierdas, en las que incluye, por supuesto, a cualquier ideología que no comparta su ideario totalitario
Esta exposición se configura alrededor de las nuevas prácticas artísticas de inspiración libertaria que se están dando actualmente en el estado español. Prácticas que más allá de su propio contenido político, son políticas por las condiciones de producción y difusión, ajenas a la institución arte y que buscan imbricarse con determinados movimientos sociales. Desde hace unos años podemos cartografíar una serie de encuentros en los que se ha buscado reflexionar de manera colectiva sobre las relaciones entre arte y anarquía en las que la presencia del activismo de cuño libertario ha sido indisociable:
El común denominador de estas experiencias es que están basadas en la autogestión y la ayuda mutua, en donde los procedimientos jerárquicos de la institución arte son abandonados en la busca de instrumentos horizontales de organización a través de asambleas y grupos de afinidad, cuestionando las figuras de autoridad y legitimación habituales del sistema artístico.La estética anarquista también ha sido un punto clave en la organización de estas experiencias, si acudimos a André Reszler, ésta responde principalmente a dos corrientes, por una lado la que da al artista una libertad de creación total como individuo para auto expresarse, rechazando cualquier condicionamiento ajeno a la voluntad de éste y por otro lado la que se identifica con las necesidades de agitación y propaganda. Si bien en los tiempos que corren la primera puede identificarse perfectamente con la idea liberal del arte, consideramos que una verdadera estética anarquista contemporánea tendría que responder a la del agit-prop, ya que aparte del interés que le podemos atribuir desde la perspectiva de Boris Groys cuando dice que el potencial político del arte puede mostrarse más poderoso en contextos de producción predominantemente política que en los mercantiles, también podemos ver su potencia para aliarse con movimientos sociales y políticos transformadores.
La cultura es central en la escenificación de un retorno a un momento original de la nación, que debe ser rescatado de las manos de los inmigrantes o la izquierda
Los totalitarismos de derecha desarrollaron la expresión más acabada de la exclusión polític cultural, en línea con la idea del “Estado total”. Como expuso Hannah Arendt, los movimientos autoritarios que dieron lugar a estos regímenes políticos, se caracterizaron por un acento en la superioridad de la raza, no solo derivada de su pretendida singularidad biológica, sino también basada en la cultura e identidad nacionales. El nazismo y el fascismo intensificaron aquellos elementos nacionalistas de la mediación estatal en la cultura, mediante la represión, la censura y la persecución de cualquier actor o expresión subalterna al ideal cultural originario. La promoción de la arquitectura monumental, el cine o las artes por parte de Hitler y también de Mussolini fueron relevantes para la construcción y legitimación del régimen, a través de la exaltación simbólica de la raza, el líder y el destino imperial. Así, un marcado historicismo nacionalista atravesó la gestión de las instituciones artísticas y académicas. Teniendo en cuenta estos antecedentes, cabe preguntarse por las posibles singularidades de las políticas culturales autoritarias desplegadas actualmente en Europa. La crisis financiera iniciada en 2008 y las políticas de “austeridad” impulsadas desde las instituciones europeas y financieras internacionales que le sobrevinieron, propiciaron diversas reacciones nacionalistas y el avance de la ultraderecha en diversos parlamentos europeos.