Si eres de esa ínfima minoría que aún disfruta con el ensayo / crítica literaria, disfrutarás con esta de Gonzalo Forné...
Así como de algunas partículas subatómicas se dice que pueden estar en dos sitios al mismo tiempo, un mismo libro puede operar en dos tradiciones distintas, jugando un papel diferente, sin dejar de ser él mismo
Tesis y pensamiento, mundos muertos, ¡literatura cuántica!
LITERATURA CUÁNTICA. Así como de algunas partículas subatómicas se dice que pueden estar en dos sitios al mismo tiempo, un mismo libro puede operar en dos tradiciones distintas, jugando un papel diferente, sin dejar de ser él mismo, sin “alterar una coma”, como suele decirse. Pienso en Pushkin, considerado casi de manera unánime el padre de la literatura rusa (con permiso de Gogol), el escritor que deja atrás las viejas formas y expresiones para ofrecer modelos incipientes de escritura (muchos de sus logros son arranques de prosa que se quedaron a medio terminar) y de una lengua novedosa: rutas que sus formidables seguidores recorrerán con un éxito incontestable. Eugenio Oneguin inaugura la literatura rusa, pero también está escrita al final del romanticismo, cuando Wordsworth, Byron (que aparece mencionado cada cinco o seis páginas, en un caso insólito de “posesión” fecunda) y Goethe han escrito ya sus mejores poemas (y están acabados, muertos o renegando del romanticismo), de manera que Pushkin puede llevar al extremo algunas de las audacias compositivas de sus modelos “europeos”: el despojamiento de grandes temas, la parodia incesante, la reflexión sobre las propias estrategias de escritura, la estructura flexible que permite incluir toda clase de material... Parte de la fascinación que produce el poema es que le vemos operar al mismo tiempo en estas dos tradiciones donde desempeña papeles distintos: contiene las energías del comienzo y la complejidad de los cierres: reúne las virtudes de la comadrona y el sepulturero.