Tres destacadas obras de creadores vascos han especulado recientemente sobre ciertas virtudes del confinamiento. Debe ser una señal de que algo importante nos está pasando.
Ejercicios espirituales en una pandemia
Ignacio de Loiola. Estatua en Pamplona
Existe un tipo de confinamiento virtuoso, capaz de generar insospechados descubrimientos. La antigua técnica introspectiva de la incubatio se reactualiza a nivel global para ofrecernos la visión de un futuro mejor.
Con unas cuantas Casas de Ejercicios en nuestro país sería suficiente para ponernos en marcha, para movilizar nuestras conciencias, para movilizar nuestras vocaciones creadoras (…) para dotar a todos (…) de una visión actual del mundo.
Jorge Oteiza.
Parece cosa de una premonitoria sincronía, pero tres destacadas obras de creadores vascos han especulado recientemente sobre ciertas virtudes del confinamiento. Debe ser una señal de que algo importante nos está pasando.
La trinchera infinita, vigorosa película de dirección colectiva —Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga— narra la vida de un ‘topo’ andaluz emparedado tras un armario durante la guerra civil y la larga posguerra. Una dura existencia, pero que preserva la vida. Todo esto existe, la primera novela de Iñigo Redondo, arquitecto bilbaíno afincado en Madrid y el último mirlo blanco del panorama literario, nos cuenta la estática peripecia de Irina, una adolescente ucraniana que, huyendo de los abusos de su padre, se (auto)secuestra en el apartamento de su profesor. Durante dos años, hasta el accidente de Chernóbil, proyecta en su refugio la fantasía de una vida diferente. Y Zumiriki, la película documental de Oskar Alegría, filma desde una cabaña construida en un árbol, aislada en una isla fluvial, el regreso a una vida más sencilla y auténtica en armonía con la naturaleza en la senda del Walden de Thoreau