Gracias a su estilo y perspectiva, únicos y escogidos, los autores clásicos nos sacan del ahogo de nuestros límites expresivos. Leerlos amplía nuestra capacidad lingüística y, por tanto, intelectual.
Cuanto existe es posible por haber sido nombrado. Alonso Quijano lo sabía. Miguel de Cervantes nos describe al personaje pensativo, cavilando con detenimiento con qué palabras nombrar la realidad que le acompañará una vez convertido en don Quijote de la Mancha. Tras ese nuevo génesis, podrá aventurarse a ser un caballero andante fiado en su locura.Hay que leer a los clásicos para pensar bien, no sólo para usar bien la lengua. El pensar bien permite hablar y escribir con precisión, y aquel que domina una lengua posee el mayor poder, que no es otro que el de la creación de la realidad.Somos lo que pensamos y la forma con que lo expresamos, y nuestra existencia depende del verbo, así como de los autores a quienes leemos. Un escritor clásico remite siempre con generosidad a sus maestros, y éstos a otros, y con todos ellos nuestra perspectiva humana se multiplica, se abre incansablemente y nos transforma en seres más compasivos y empáticos.