¿Acaso la literatura cojea con la mano extendida tras la realidad esperando sus migajas? No, tengamos esto claro, nunca se sabrá con certeza si hubo una persona de carne y hueso que inspiró el mito teatral del burlador y, menos aún, quién era
La tumba de don Juan, y el confesionario como el mejor observatorio que haya habido a la hora de conocer los secretos de los hombres - Frontera Digital
Juan de Valdés Leal, “Finis Gloriae Mundi”, 1672
Por
José María HerreraTirso de Molina, el autor de El burlador de Sevilla, fue desterrado de Madrid en 1625 por escribir dramas profanos. No era entonces el único en hacerlo, pero el mal ejemplo que, según las autoridades, ofrecían sus personajes, movió a estas a exigir al nuncio que lo apartara de la corte y le prohibiera componer para el teatro. Su destino fue el convento de la Merced de Sevilla, hoy convertido en museo de Bellas Artes. Allí no dejó las tareas literarias, aunque cambió la poesía por la prosa y las intrigas de sus piezas teatrales por textos inofensivos de corte biográfico, histórico y moral.
En la capital andaluza, donde había estado por primera vez en 1617, año en que compuso el drama al que debe su fama, dejó de ser Tirso, discípulo de Lope, para convertirse en fray Gabriel Tellez, su nombre real en el teatro del mundo. No debió de importarle mucho porque estaba acostumbrado a usar heterónimos para evitar a las autoridades. Cambiar la corte por Sevilla tampoco fue, en realidad, un castigo. A fin de cuentas se trataba de una gran ciudad, rica y cosmopolita, la más poblada de la península, quizás de toda Europa. Su estancia en el Convento de la Merced tuvo que ser, además, placentera. El edificio reunía todas las condiciones para proporcionar una vida cómoda (en Sevilla lo llamaban palacio, no convento) y sus superiores le asignaron como tarea una actividad que ya había desempeñado con satisfacción durante su primera estancia: recibir a los pecadores en confesión. ¿Acaso puede imaginarse tarea más propicia para los intereses de alguien tocado por las Musas?