Como si la Revolución Francesa, nos recuerda Foucault en La vida de los hombres infames, hubiese decapitado a todos los padres en el acto de cortar la cabeza del Rey. Ir a la guillotina, enumera Luc Santé, era casarse con la viuda, ir al barbero, encogerse treinta centímetros, sacar la cabeza por la ventana, sacarse una fotografía
Los placeres de la guillotina. El gran mecanismo castrador del falo significante - Frontera Digital
Por Alberto Ruiz de Samaniego
En la Antigua Roma, el término empleado para aludir al sexo masculino era fascinus. Fascinator se convirtió en una de las denominaciones bajo las que se entendía la función del Emperador. No nos resulte extraña esa mórbida fascinación que el poder ha ejercido sobre los hombres, temerosos siempre del maleficio de la impotencia. La hermandad del Fascio permite al amedrentado hallar cobijo en la gran maquinaria de la virilidad, la fascinatio del Fascismo.
El individuo de la masa, privado de toda posibilidad de soberanía, convertido él mismo en cosa, objeto de producción y manipulación, concentra en el fascinator todo su anhelo de existencia interior. De forma que, del conjunto de la colectividad, sólo éste es asumido como sujeto: él es –de hecho– su sujeto y el llamado a sujetar unos individuos con otros. Como si detentase la verdad profunda de una comunidad: la parte de intimidad de cada uno de los individuos cuyos esfuerzos han de redundar justamente en beneficio de ese dominio que siempre remite a un otro que no es él y por el que, de forma feliz y paradójica, se encuentra alienado. ¿Qué es el fascinator sino el gran dictador?
Se trata, quizás, de la misma dependencia que observara Lacan respecto al falo en tanto que supremo significante. Como es sabido, Lacan asignó al falo una función privilegiada en la formación del orden social, como revelador de la adquisición de subjetividad, de entrada en el lenguaje y de participación en la ley. Un precedente histórico que, de algún modo, corrobora la tesis lacaniana de relación entre pene y orden del lenguaje y de la representación se puede hallar en Herodoto (Historias, II, 48), cuando cuenta cómo del primigenio culto a las fuerzas productivas de la naturaleza se pasó –en la edad antigua, en las fiestas en honor a Dioniso de forma particular– a la utilización de una especie de figuras fálicas como objeto procesional y en calidad, asimismo, de ejes de cohesión grupal. Unos aparatos que, por cierto, podríamos considerar como precedentes de las marionetas: “en vez de los falos han inventado otras imágenes de un codo de alto, con un hilo para tirar –señala Herodoto– que las mujeres llevan en procesión, por lo que siempre está erecto el miembro viril, que no es mucho más pequeño que el resto del cuerpo”.
En cierto sentido, no se puede dejar de contemplar de modo parecido un artilugio como la guillotina, el gran mecanismo castrador del falo significante. Cuando, en la Revolución Francesa, el pueblo toma por asalto la magnificencia soberana en manos de la persona real y lleva la rebelión hasta sus últimas consecuencias. Tal acto implica la castración no ya sólo de la figura del fascinator, sino de todos los falos (ahora ya falsos) significantes que por nacimiento habían recibido una parte de esa magnificencia soberana, esto es: la nobleza.