Vandana Shiva defiende en este artículo la “comida real” frente a la “comida de laboratorio”. La autora ecofeminista desmonta el mito de que producir comida en los laboratorios salvará a la humanidad del hambre y del cambio climático.
Hace poco leí una columna en The Guardian de George Monbiot y su visión distópica del futuro me dejó impresionada. En él, nadie trabajaba los campos y la gente se alimentaba de comida “falsa” producida por grandes fábricas a partir de microbios.Monbiot terminaba su artículo diciendo que esta comida sintética nos permitirá devolver los espacios ocupados por cultivos, tanto terrestres como marinos, a su estado natural, favoreciendo la vida silvestre y reduciendo las emisiones de carbono. Según sus palabras “esta forma de alimentación nos devuelve la esperanza. Pronto seremos capaces de alimentar al mundo sin devorarlo”.
Las mayores trasnacionales de los agronegocios –junto con las de informática y otras– están gestando un ataque en varios frentes con el fin de apropiarse de la decisión global sobre políticas agrícolas y alimentarias en pro de la agricultura 4.0.
El final del Antiguo Régimen hizo que el privilegio de ser servido en la mesa se popularizara. Comer alimentos cocinados facilitó la moderna división sexual del trabajo. Son solo dos muescas en la larga historia de cómo la política, la historia y la gastronomía se han relacionado.
La tesis es llamativa y merece el titular: todos los restaurantes, tal cual los conocemos hoy, son los descendientes de aquellos surgidos de la Revolución Francesa en 1789, una consecuencia imprevista de esa toma de la Bastilla que acabó con el Antiguo Régimen. Es lo que asegura el periodista Óscar Caballero en su libro Comer es una historia (Planeta Gastro, 2018), donde defiende la “evidencia” de que “al cortar la cabeza del noble o mandarlo al exilio —en el que, caso curioso, muchos de ellos, en Londres, se reciclaron como preparadores de ensaladas, porque ya dominaban el arte de la vinagreta y de mezclar las hojas y la emulsión—, la Revolución Francesa dejó sin trabajo a una pléyade de cocineros”. Según Caballero, esos “desocupados” tuvieron que fabricarse el nuevo puesto de trabajo, que instalarían en un local en el que se reunirían los tres elementos que desde entonces definirán al restaurante: bodega, sala y cocina.
Un estudio de la Universidad de Victoria, en Canadá, cifra en 50.000 las micropartículas de plástico que ingerimos cada año.
50.000 partículas de media. Es la cantidad de plásticos que consume cada persona en un solo año, a las que se suma una cantidad similar que también se mete en tu organismo por la respiración.Es lo que explica un estudio publicado en la revistaEnvironmental Science and Technology, en el que se recopilan datos de 26 estudios previos sobre las cantidades de plásticos presentes en pescados, mariscos, azúcar, sal, cerveza y agua, así como en el aire de diversas ciudades. En el estudio publicado se usan también las guías en cuanto a dieta del Gobierno de Estados Unidos. Frente a las 50.000 partículas ingeridas por las personas adultas cada año, las niñas y niños ingieren solamente algo menos, 40.000.
Según los datos del Fondo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se pierde un tercio del total de la comida producida para el consumo humano. Algo completamente escandaloso teniendo en cuenta que de los 7.300 millones de personas que habitan el planeta, casi 1.000 millones pasan hambre. Estas cifras son aún más terribles si las analizamos territorialmente, ya sea comparando países ricos y países pobres a nivel mundial, o barrios ricos y barrios pobres en cada una de las ciudades. No hay rostro más claro de la desigualdad que el acceso a los alimentos. ...
En el sistema mundo capitalista del que habla Wallerstein no tenemos un problema de generación de riqueza. Se generan más productos de los que como sociedad podemos consumir, lo cual genera cíclicamente crisis de sobreproducción que hacen tambalear los cimientos sobre los que se asienta el propio sistema. De hecho, el problema que tenemos no es que se genere poca riqueza, el problema es que se produce mucho más de lo que nuestro planeta puede asumir. Concretamente 1,5 veces según el estudio de huella ecológica de WWF[1]. Y más temprano que tarde los límites físicos van a poner freno a la acumulación capitalista bajo su forma de crecimiento exponencial, ya sea como consecuencia del cambio climático o como consecuencia del agotamiento de recursos naturales, entre ellos el petróleo que parece haber superado el Peak Oil[2]. El decrecimiento es inevitable, la cuestión es si tomará forma de terremoto fascista o de demolición controlada ecosocialista.Cualquier alternativa de sociedad que pretenda un cambio perdurable en el tiempo debe afrontar este gran reto. Ello implica algo más complejo que alterar las posiciones que cada clase social ocupa en la lógica de acumulación capitalista, en relación con la propiedad de los recursos y los medios de producción. Se trata de pasar de una economía basada en la satisfacción de las necesidades del mercado a una economía de la satisfacción de las necesidades humanas, ya sean materiales o inmateriales. Se trata de pasar de una economía basada en la obsesión por la generación de (sub)empleo, a una economía basada en el reparto de las tareas y la optimización de los procesos y los recursos. El cambio de modelo productivo no se basa en producir más, se basa en recuperar la soberanía para poder decidir lo que se produce, como se produce y cuanto se produce.
Cantaba Raimon que quien pierde los orígenes pierde la identidad. Pero la identidad de María Sánchez está muy clara: es mujer, de campo. La coma de la oración anterior no está puesta al azar: las condiciones rural y femenina de Sánchez son los elementos que han silenciado simétricamente a generaciones y generaciones de mujeres campesinas.
¿Cree que se ha producido una cierta romantización de lo que es el campo por parte de los consumidores de la ciudad? Pienso en los veganos, por ejemplo…Sí. Y la publicidad además es muy dañina. Que una empresa industrial de quesos como es Burgo de Arias te haga un anuncio de una vaquerita en el campo con unas cantaritas de leche, en 2018… me parece muy fuerte. Hay un desconocimiento brutal, y lo que más rabia me da es que metamos a los ganaderos extensivos dentro de la ganadería intensiva, porque no tienen nada que ver. Ayer Yas [Recht, del grupo ramaderes.cat], la pastora que estuvo en la presentación, lo contaba: cada animal significa algo, tiene su historia. Se puso a contar las diferentes voces que tiene una oveja, porque a su hijo en el colegio los compañeros le decían que las ovejas hacen siempre “bééé”. ¡No, dicen muchas más cosas! Depende de si están llamando a un cordero, si quieren salir al campo, si quieren volver, porque tienen una vida totalmente distinta a la de una granja industrial, ¡porque importan y significan algo! No puedes comparar la ganadería extensiva, donde hay una unión imprescindible entre la persona, el animal y el territorio, que es cultura y es patrimonio, con una ganadería intensiva en la que ese vínculo no existe y es una simple fábrica. Y ya no son sólo los animales, me voy también a los vegetales...
La llaman olla podrida, recordando el tradicional guiso que tiene por nombre un recipiente al que van a parar alimentos reservados a los poderosos, derivando podrida de “poderida”.
Si en la olla de antaño gobernaban las carnes y para la chusma eran los rastrojos del campo, Carmen y Coro cocinan con poderío platos sin carne alguna. Para estas amigas, la olla podrida no es un plato medieval, sino la rutinaria práctica de cocinar y luego intercambiar entre ellas porciones de comida. No parece gran cosa, pero ha revolucionado sus vidas.Supuso un antes y un después. Les gusta cocinar, pero son mujeres trabajadoras y con tanto que llevar por delante que el simple hecho de pensar, día tras día, qué hacer de comer, las remataba. Ahora le dedican un tiempo a pensar, buscando o imaginando recetas, experimentando y descubriendo, disfrutando. Van barruntando el viernes qué hacer, el sábado la compra y el domingo a cocinar para el lunes entregar las raciones, dejando asentadas las principales comidas de la semana.
El control de las materias primas genera múltiples batallas con millones de víctimas, más que ningún otro conflicto haya provocado. Y no solo mata el hambre
Dicen que si a las cosas no les ponemos nombres no existen. Así que cuanto antes bauticemos a la actual escalada militar que se ha convertido ya en una tercera guerra mundial, mejor. Antes la reconoceremos y antes podremos, tal vez, detenerla. Propongo llamarla la Guerra Alimentaria. Para decidir que hablamos de una guerra, según la Wikipedia, debemos focalizar “un conflicto que enfrenta violentamente a dos grupos humanos masivos, y que comporta como resultado la muerte, individual o colectiva, mediante el uso de armas de toda índole”. Pues bien, los dos grupos humanos masivos en conflicto están bien definidos. Generalizando, en un bando los países ricos del norte o países industrializados, en el otro los países del sur donde el sector primario sigue siendo el predominante (aunque ciertamente hay sures en los nortes, y nortes en los sures). Que la muerte es el resultado de este conflicto es algo obvio. Hablamos de millones de víctimas, cifras como nunca antes otra guerra ha provocado. Y aunque el conflicto que genera múltiples batallas es por el control de los alimentos, no solo de hambre mueren las víctimas. Las muertes de esta guerra alimentaria tienen muchas formas de presentarse. Tantas como armas de toda índole se están usando.
Las compras públicas de alimentos y la contratación de empresas para comedoras determinan la economía de ciudades y comunidades autónomas. Una iniciativa madrileña recoge firmas para que esas compras introduzcan criterios sociales y ecológicos, como ya se están haciendo en experiencias pioneras en Valencia y las Islas Canarias.
Una foto de dos rebanadas de pan de molde untadas con un puñado de atún recorrió las redes sociales en septiembre de 2014. La publicó la familia de una paciente con cáncer en el hospital público Morales Meseguer, en Murcia, y puso en evidencia que la baja calidad de la comida hospitalaria no es un mito. Las contratas, denunció entonces el Sindicato Asambleario de Sanidad, son responsables de la baja calidad nutricional de los alimentos que se dispensan en los centros hospitalarios.La alimentación del sistema sanitario ocupa aproximadamente una cuarta parte de las compras públicas alimentarias que son responsabilidad de las distintas administraciones, la principal contratadora a nivel estatal. Dos tercios del total lo copa otro espacio clave, la educación pública. Cada curso casi 1,8 millones de alumnos utilizaron el servicio de comedor en infantil y primaria.
Acabar con la agricultura se traduce en vulnerabilidad. La dependencia de alimentos del exterior en España es notable y la población dedicada al cultivo está por debajo del 5%
La primera referencia que tengo respecto a la agricultura de Corea del Sur me sitúa en la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC), en Cancún, en el año 2003. Acompañando las luchas de La Vía Campesina contra esta reunión y sus propuestas neoliberales para la agricultura, tuve la oportunidad de atender como las campesinas y campesinos surcoreanos explicaban las repercusiones que les generó la entrada de su país en la OMC y que esperaban atenuar. “Con una hectárea de arroz”, recuerdo que decían, “teníamos suficiente para garantizar nuestro sustento, cubrir todas las necesidades y mandar a los hijos a la Universidad. Pero ahora ya no, con la entrada de arroz barato de los EE.UU., cada vez es más difícil sobrevivir”. Desde entonces, el milagro tecnológico e industrial de Corea del Sur, verdadera potencia en estos campos, ha seguido en paralelo con el retroceso de su agricultura. Mrs. Yoon, campesina de la Asociación de Mujeres Campesinas de Corea (KWPA) lo explica muy bien en una entrevista concedida a Ana Galvis para la organización FoodFirst. “Algunos hablan de que la agricultura en Corea del Sur no está en crisis, simplemente ya desapareció. Solo tenemos un 23% de autosuficiencia alimentaria y solo el 5% de la población se dedica a la agricultura. La poca agricultura que hay es principalmente convencional llena de pesticidas y plaguicidas. El modelo económico hace que se fabriquen coches y aparatos electrónicos que se exportan y luego se importa alimento barato de otros países”.