La acuicultura, desarrollada a un ritmo frenético en la década de 1990, debía resolver el problema de la sobrepesca. La mayor parte del pescado consumido en el mundo es de cría, pero es alimentado sobre todo con harina de… pescado salvaje. En las costas de Gambia, pescadores empobrecidos alimentan las calderas de esa industria infernal.
Gunjur es una localidad costera de quince mil habitantes del suroeste de Gambia, el país más pequeño del continente africano. Durante el día, sus playas de arena blanca bullen de actividad. Los pescadores tiran de sus coloridas canoas y entregan sus capturas a las mujeres, que corren a llevarlas a los mercados al aire libre. Los niños juegan al fútbol bajo la atenta mirada de un grupo de turistas que los fotografían con sus teléfonos móviles desde sus tumbonas. Al caer la noche, la actividad se detiene y las hogueras pasan a iluminar la orilla. Es el momento de sentarse y conversar. Hay quienes toman clases de percusión o de kora; otros improvisan un combate de lucha tradicional.A escasos cinco minutos de caminata tierra adentro nos encontramos con un entorno completamente diferente: la Reserva Natural de Bolong Fenyo, que busca preservar 320 hectáreas de manglares, humedales y sabana, así como una laguna, hábitat de aves migratorias, delfines jorobados y titís. Esta reserva, una maravilla de la biodiversidad, es un elemento clave para la salud ecológica de la región y para su actividad económica, teniendo en cuenta los cientos de ornitólogos y turistas que la visitan cada año. Pero en la mañana del 22 de mayo de 2017, una desagradable sorpresa aguardaba a los lugareños: la laguna de Bolong Fenyo se había convertido en un pantano de aguas rojizas donde flotaban miles de peces muertos. “Ya no hay vida”, escribió un periodista local. La mayoría de las aves que solían anidar cerca de la laguna habían abandonado el lugar.